Page 104 - El fin de la infancia
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volvía y lo saludaba con la mano antes de perderse en la cavernosa abertura. Se oyó
el sonido con que se abría y se cerraba la cámara de aire, y, luego, silencio.
A la luz de la luna, que había transformado la inmóvil batalla en una escena de
pesadilla, el profesor Sullivan caminó lentamente hacia su oficina. Se preguntaba aún
qué había hecho, y cómo terminaría este asunto. Pero, naturalmente, no lo sabría
nunca. Jan volvería a caminar por aquí, pues el viaje hasta el hogar de los
superseñores y el retorno a la Tierra no le llevarían más que unos meses. Pero si lo
lograba, se encontraría del otro lado de la infranqueable barrera del tiempo, ya que
habrían pasado ochenta años.
Las luces del cilindro metálico se encendieron tan pronto como Jan cerró la
puerta. No quiso entregarse a meditaciones de ninguna clase y comenzó enseguida a
revisar los alrededores. Los objetos y los alimentos habían sido almacenados con
anterioridad, pero luego de una nueva revisión se sentiría más tranquilo.
Una hora después, se declaró satisfecho. Se acostó de espaldas en la hamaca de
goma, e hizo una recapitulación de sus planes. Sólo se oía el débil murmullo del reloj
calendario que le advertiría el momento en que el viaje tocaba a su fin.
Sabía que no podía sentir nada aquí, dentro de su celda, pues las tremendas
fuerzas que impulsaban las naves de los superseñores tenían que estar perfectamente
compensadas. Sullivan había confirmado esta suposición, advirtiendo que su escena
se haría pedazos si se la sometía a una presión de unas pocas atmósferas. Sus...
clientes le habían asegurado que no había ningún peligro.
Tendría que producirse, sin embargo, una considerable alteración de la presión
atmosférica. Esto no tenia importancia, ya que los modelos podían "respirar" a través
de varios orificios. Antes de dejar su celda, Jan tendría que uniformar la presión. Era
posible, además, que la atmósfera del interior de las naves fuese irrespirable. Una
simple máscara y un cilindro de oxígeno evitarían esos inconvenientes; no había
necesidad de mayores complicaciones. Si podía respirar sin la ayuda de aparatos,
mucho mejor.
No había por qué seguir esperando; sólo se pondría más nervioso. Sacó la jeringa
con la solución cuidadosamente preparada. La narcosamina había sido descubierta
mientras se estudiaba la hibernación de los animales; no era cierto —como se decía
comúnmente— que suspendiese la vida. Sólo hacía más lentos los procesos vitales; el
metabolismo continuaba a un reducido nivel. Ocurría algo así como si alguien
cubriese de cenizas el fuego de la vida, reduciéndolo a rescoldos. Pero cuando,
después de semanas o meses, se borraba el efecto de la droga, el fuego se encendía
otra vez y el durmiente volvía a vivir. La narcosamina era totalmente inofensiva. La
naturaleza la había usado durante un millón de años para proteger a sus criaturas del
estéril invierno.
Así que Jan se durmió. No llegó a sentir el tirón de los cables cuando la
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