Page 109 - El fin de la infancia
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lentamente. En el silencio repentino de la cámara se encendió otra vez la luz.
Karellen se volvió para irse. La reunión había terminado. Al llegar a la puerta se
detuvo y miró a la apretada multitud.
—Es un pensamiento doloroso, pero tienen que aceptarlo. Un día podrán poseer
los planetas. Pero las estrellas no son para el hombre.
Las estrellas no son para el hombre. Sí, no les gustaría que se les cerrasen las
puertas del cielo en las narices. Pero tenían que aprender a enfrentarse con la
verdad... o con la pizca de verdad que se les podía ofrecer, misericordiosamente.
Desde las solitarias alturas de la estratosfera, Karellen miró al mundo y la gente
que había aceptado vigilar de no muy buena gana. Pensó en todo lo que había por
delante, y en lo que sería este mundo, dentro de doce años.
Nunca lo apreciarían. Durante toda una vida los hombres habían conocido una
felicidad ignorada por todas las otras razas. Había sido la Edad de Oro. Pero el oro es
también el color del crepúsculo, del otoño, y sólo los oídos de Karellen eran capaces
de oír los primeros gemidos de las tormentas invernales.
Y sólo Karellen sabía con qué inexorable rapidez la Edad de Oro se acercaba a su
fin.
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