Page 107 - El fin de la infancia
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contraídas con fuerza, aun en esta luz tan débil, se clavaban profundamente en los
ojos francamente curiosos de los hombres. Los dos orificios gemelos entre las
mejillas —si esas estriadas superficies de basalto podían llamarse mejillas— emitian
unos silbidos casi imperceptibles, mientras los hipotéticos pulmones respiraban el
tenue aire terrestre. Golde alcanzaba a ver la móvil cortina de finos pelos blancos,
mientras respondían al doble y rápido movimiento del ciclo respiratorio de Karellen.
Se decía comúnmente que eran filtros de polvo, y sobre esa débil suposición se
habían construido unas complicadas teorías a propósito de la atmósfera natal de los
superseñores.
—Sí, tengo algunas noticias para ustedes. Como ya lo sabrán, una de mis naves
de aprovisionamiento dejó recientemente la Tierra, en viaje de vuelta a la base.
Acabamos de descubrir que llevaba un polizón.
Cien lápices se detuvieron de pronto; cien pares de ojos se clavaron en Karellen.
—¿Un polizón ha dicho? —preguntó Golde—. ¿Podemos saber quién es? ¿Y
cómo llegó a bordo?
—Se llama Jan Rodricks, estudiante de ingeniería de la Universidad del Cabo.
Ustedes mismos podrán averiguar otros detalles utilizando esos métodos propios, tan
eficientes.
Karellen sonrió. Su sonrisa era muy curiosa. La mayor parte del efecto residía en
los ojos; la boca inflexible y sin labios apenas se movía. ¿Era ésta, se preguntó Golde,
otra imitación de las costumbres humanas, imitación que Karellen hacía con mucha
habilidad? Pues el efecto total era, indudablemente, el de una sonrisa, y como tal se la
aceptaba enseguida.
—En lo que se refiere a cómo entró en la nave —continuó el supervisor—, no
tiene realmente importancia. Puedo asegurarles a ustedes, o a cualquier otro
astronauta en potencia, que no hay posibilidad de que la operación se repita.
—¿Qué ocurrirá con ese joven? —insistió Golde— ¿Será enviado de vuelta a la
Tierra?
—Eso está fuera de mi jurisdicción, pero espero que vuelva en la primera nave.
Descubrirá que las condiciones del lugar de destino son demasiado... extrañas. Y esto
me lleva al principal propósito de la reunión de hoy.
Karellen calló un momento y el silencio se hizo aún más profundo.
—Hemos recibido algunas quejas de los elementos más jóvenes y más románticos
de la población terrestre por haber impedido el acceso al espacio exterior. Tenemos
nuestras razones; no levantamos murallas por placer. ¿Pero han pensado ustedes, si
me permiten una analogía poco halagadora, qué hubiese sentido un hombre de la
Edad de Piedra si se hubiese encontrado de pronto en una ciudad actual?
—Pero hay una diferencia —protestó el representante del Herald Tribune—.
Estamos acostumbrados a la ciencia. Hay en su mundo, seguramente, muchas cosas
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