Page 25 - El fin de la infancia
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salto, buscó la llave de la luz junto a su cama, y tocó en la oscuridad un muro de
           piedra,  frío  y  desnudo.  Se  sintió  helado  de  pronto,  con  la  mente  y  el  cuerpo
           paralizados por el impacto de la sorpresa. Luego, sin creer casi en sus sentidos, se

           arrodilló  en  la  cama  y  comenzó  a  explorar  con  las  puntas  de  los  dedos  esa  pared
           inesperadamente desconocida.





               Estaba recién entregado a esa tarea cuando de pronto se sintió un clic, y una parte
           de  la  oscuridad  se  hizo  a  un  lado.  Stormgren  alcanzó  a  distinguir  la  silueta  de  un

           hombre,  recortado  contra  la  luz  pálida  del  fondo.  Enseguida  la  puerta  se  cerró  de
           nuevo, y las sombras volvieron a su sitio. Todo había sido tan rápido que Stormgren
           no había alcanzado a ver cómo era su habitación.

               Un instante después, le cegó el resplandor de una poderosa linterna eléctrica. El
           rayo le iluminó la cara, se detuvo allí un momento, y luego descendió. Stormgren vio
           entonces  que  el  techo  no  era  más  que  una  manta  extendida  sobre  unos  toscos

           tablones.
               Una suave voz le habló desde la oscuridad. Su inglés era excelente, pero con un
           acento que Stormgren no pudo identificar al principio.

               —Ah, señor secretario. Me alegra que ya esté despierto. Espero que se encuentre
           muy bien.
               Había  algo  en  esa  última  frase  que  llamó  la  atención  a  Stormgren.  La  airada

           pregunta  que  estaba  a  punto  de  hacer  le  murió  en  los  labios.  Miró  fijamente  las
           sombras y dijo al fin con calma:
               —¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

               El otro lanzó una risita.
               —Varios días. Nos prometieron que no habría complicaciones. Me alegro de que
           así sea.

               En  parte  para  ganar  tiempo,  en  parte  para  estudiar  sus  propias  reacciones,
           Stormgren  sacó  las  piernas  fuera  de  la  cama.  Llevaba  aún  su  pijama,  pero  estaba
           ahora terriblemente arrugado y bastante sucio. Sintió al moverse una ligera pesadez,

           no  tanta  como  para  sentirse  molesto,  pero  sí  suficiente  como  para  probarle  que  le
           habían administrado alguna droga.
               Se volvió hacia la luz.

               —¿Dónde  estoy?  —preguntó  con  una  voz  cortante—  ¿Es  esto  obra  de
           Wainwright?
               —Por favor, no se excite —replicó la sombría figura—. Por ahora no hablaremos

           de eso. Me imagino que sentirá hambre. Vístase y venga a comer.
               El óvalo de luz corrió por las paredes y Stormgren tuvo por primera vez una idea
           cabal de las dimensiones del cuarto. Era apenas un cuarto en verdad, pues los muros

           parecían  de  roca  viva,  toscamente  tallada.  Comprendió  que  estaba  bajo  tierra,


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