Page 27 - El fin de la infancia
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recursos de los superseñores lo localizarían con rapidez y le devolverían la libertad.
Ahora no estaba tan seguro. Habían transcurrido varios días y no había pasado nada.
Aun los poderes de Karellen debían de tener un límite, y si estaba en verdad
enterrado en algún continente remoto, toda la ciencia de los superseñores sería
impotente para encontrarlo.
En la habitación desnuda, pobremente iluminada, había otros dos hombres
sentados a la mesa. Cuando Stormgren entró, alzaron los ojos con interés y hasta con
bastante respeto. Uno de ellos le alcanzó una bandeja de sándwiches que Stormgren
aceptó de buena gana. Aunque se sentía muy hambriento, hubiese preferido una
comida más interesante, pero era obvio que sus acompañantes no se habían servido
nada mejor.
Mientras comía, Stormgren lanzó una rápida ojeada a los tres hombres. Joe era,
sin ninguna duda, el más notable de los tres, y no sólo por su tamaño. Los otros eran
evidentemente sus ayudantes... individuos indescriptibles, cuyo origen Stormgren
descubrió en seguida tan pronto como los sintió hablar.
Le sirvieron un poco de vino en un vaso bastante sucio, y Stormgren devoró el
último de los sándwiches. Sintiéndose más dueño de sí mismo, se volvió hacia el
enorme Joe.
—Bueno —dijo distraídamente—, quizá pueda decirme ahora qué significa todo
esto, y qué espera obtener.
Joe carraspeó.
—Quiero dejar aclarado un punto —dijo el hombre—. Esto no tiene nada que ver
con Wainwright. Wainwright se sorprenderá tanto como cualquiera.
Stormgren había esperado algo parecido, pero se preguntó por qué Joe estaría
confirmando sus sospechas. Había imaginado, desde hacía mucho tiempo, la
existencia de un movimiento extremista en el interior —o en las fronteras— de la
Liga de la Libertad.
—Me interesaría saber —inquirió— cómo me han raptado.
Stormgren no esperaba que le respondiesen y quedó sorprendido ante la rapidez, y
hasta el entusiasmo, con que el otro le contestó.
—Fue todo como en una película de Hollywood —dijo Joe alegremente—. No
estábamos seguros de que Karellen no estuviese vigilándolo, así que tomamos
muchas precauciones. Lo desmayamos introduciendo gas en el acondicionador de
aire... Asunto sencillo. Luego lo llevamos al coche. Ninguna dificultad. Todo esto,
debo advertírselo, no fue hecho por nuestra propia gente. Alquilamos... este...
profesionales para hacer el trabajo. Podían haber caído en manos de Karellen —en
realidad suponíamos que pasaría eso—, pero no se hubiera enterado entonces de
nuestra existencia. El auto dejó su casa y fue hacia un túnel situado a unos mil
kilómetros de Nueva York. Salió por el otro extremo del túnel llevando a un hombre
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