Page 26 - El fin de la infancia
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posiblemente a gran profundidad, Y si había pasado varios días inconsciente, podía
encontrarse en cualquier lugar del mundo.
La linterna iluminó unas ropas apiladas sobre una valija.
—Esto le bastará por ahora —dijo la voz desde la oscuridad—. El lavado es aquí
un verdadero problema, así que le hemos traído un par de sus trajes y una media
docena de camisas.
—Ha sido usted muy considerado —dijo Stormgren con cierto humor.
—Lamentamos la ausencia de muebles y de luz eléctrica. El lugar es bastante
conveniente, aunque es cierto que carece de amenidad.
—¿Conveniente para qué? —preguntó Stormgren mientras se ponía una camisa.
El contacto de la ropa familiar era curiosamente tranquilizador.
—Conveniente, nada más —dijo la voz—. Y a propósito, ya que vamos a pasar
bastante tiempo juntos, será mejor que me llame Joe.
—A pesar de su nacionalidad —replicó Stormgren—. Es usted polaco, ¿no es
cierto? Creo que podría pronunciar su verdadero nombre. No será peor que algunos
nombres fineses.
Hubo una pequeña pausa, y la luz osciló un instante.
—Bueno, podía esperarme esto —dijo Joe resignadamente—. Tiene usted mucha
práctica en esta clase de cosas.
—Es un entretenimiento bastante útil para un hombre como yo. Me parece que
podría asegurar que vivió usted en los Estados Unidos, pero que no dejó Polonia
hasta la edad de...
—Basta —dijo Joe con firmeza—. Ya que ha terminado de vestirse...
La puerta se abrió y Stormgren fue hacia la salida sintiéndose algo reconfortado
con su pequeña victoria. Mientras Joe se apartaba para dejarlo pasar, se preguntó si su
guardián estaría armado. Seguramente, y además tendría algunos amigos no muy
lejos.
El corredor estaba débilmente iluminado por unas lámparas de aceite, y
Stormgren, por primera vez, pudo ver a Joe con claridad. Era un hombre de unos
cincuenta años, y pesaba quizá más de cien kilos. Todo en él era enorme, desde el
manchado traje de faena, que podía pertenecer al ejército de por lo menos doce
países, hasta el asombroso anillo de sello que llevaba en la mano izquierda. Un
hombre de tales proporciones no necesitaba llevar un arma. No sería difícil dar con él
más tarde, ya fuera de aquí, pensó Stormgren. Se sintió un poco deprimido al darse
cuenta de que Joe no podía ignorar este hecho.
Las paredes del corredor, aunque a veces cubiertas de cemento, eran casi siempre
de roca viva. Se encontraban evidentemente en una mina abandonada, pensó.
Stormgren. Sería difícil encontrar una cárcel mejor. Hasta ahora su rapto no le había
preocupado mayormente. Había pensado que, pasase lo que pasase, los inmensos
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