Page 30 - El fin de la infancia
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realizando.  Fue  hacia  la  pequeña  habitación  privada  en  la  que,  se  suponía,  sólo
           Stormgren podía entrar. Habían forzado la cerradura y el jefe de comunicaciones ya
           estaba esperando.

               —Es una teletipo común —le dijo el hombre—, con el teclado de una máquina de
           escribir.  Hay  también  una  máquina  facsimilar,  por  si  se  deseara  enviar  alguna
           información  tabular,  o  alguna  fotografía,  pero  me  ha  dicho  usted  que  no  va  a

           necesitarla.
               Van Ryberg asintió distraídamente.
               —Eso  es  todo,  gracias  —dijo—.  No  espero  estar  aquí  mucho  tiempo.  Luego

           vuelva a cerrar y entrégueme las llaves.
               Esperó a que el jefe de comunicaciones se alejara y se sentó ante la teletipo. Era
           una máquina, como Van Ryberg lo sabía, muy poco usada, ya que todos los asuntos

           entre Karellen y Stormgren se discutían en las reuniones semanales. Como se trataba
           en cierto modo de un circuito de emergencia, esperaba una respuesta rápida.

               Tras algunos titubeos comenzó a transcribir con dedos inseguros su mensaje. La
           máquina ronroneó serenamente y las palabras brillaron durante algunos segundos en
           la pantalla oscurecida. Luego Van Ryberg se echó hacia atrás y esperó la respuesta.
               Había  pasado  apenas  un  minuto,  cuando  la  máquina  comenzó  nuevamente  a

           zumbar. Van Ryberg se preguntó, no por primera vez, si el supervisor dormiría en
           algún momento.

               El mensaje era tan breve como desalentador.


                  NO  HAY  INFORMACIÓN.  DEJO  EL  ASUNTO  ENTERAMENTE  EN
              SUS MANOS. K.


               Con  bastante  amargura,  y  sin  ninguna  satisfacción,  Van  Ryberg  comprendió
           cuánta responsabilidad había caído sobre él.

               Durante los últimos tres días Stormgren había estado estudiando atentamente a
           sus  guardias.  Joe  era  el  único  importante.  Los  otros  eran  seres  totalmente

           prescindibles, la gentuza que suele merodear alrededor de los movimientos ilegales.
           El  ideal  de  la  Liga  de  la  libertad  no  tenía  ningún  significado  para  ellos.  Sólo  les
           preocupaba una cosa: ganarse la vida con un mínimo de trabajo.
               Joe era indudablemente un individuo más complejo, aunque a veces le recordaba

           a Stormgren un bebé excesivamente desarrollado. Las interminables partidas de póker
           alternaban  con  violentas  discusiones  sobre  política,  y  pronto  fue  evidente  para

           Stormgren que el enorme polaco no había pensado nunca con seriedad en la causa por
           la que estaba luchando. La emoción y un extremo conservadurismo nublaban todos
           sus argumentos. La larga lucha por la independencia que había sobrellevado su patria
           lo había condicionado de tal modo que Joe vivía en otra época. Era un pintoresco

           sobreviviente, un ser completamente inútil dentro de un sistema ordenado. Si ese tipo



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