Page 33 - El fin de la infancia
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automáticamente. En París los abogados estaban todavía discutiendo el proyecto de
           Constitución del Mundo, pero eso, por el momento, no le preocupaba. Faltaban dos
           semanas para terminar los últimos borradores, de acuerdo con la fecha indicada por el

           supervisor. Si por ese entonces el trabajo no estaba todavía listo, ya haría Karellen lo
           que creyese más conveniente.
               Y todavía no había noticias de Stormgren.

               Van Ryberg se encontraba dictando un informe cuando el teléfono de emergencia
           comenzó a sonar. Tomó el receptor y escuchó con una creciente sorpresa. En seguida
           dejó caer el aparato y corrió hacia la ventana. A lo lejos se elevaban unos gritos de

           asombro, y el tránsito estaba deteniéndose en las calles.





               Era verdad. La nave de Karellen, aquel invariable símbolo de los superseñores, ya
           no estaba en el cielo. Examinó el espacio, hasta donde le alcanzaba la vista, y no vio
           ni una huella de la nave. Y luego, pareció como si la noche hubiese caído de pronto.

           Desde  el  norte,  con  su  vientre  sombrío  tan  negro  como  una  nube  de  tormenta,  la
           enorme  nave  volaba  a  baja  altura  sobre  los  rascacielos  de  Nueva  York.
           Involuntariamente,  Van  Ryberg  se  encogió  como  esquivando  la  embestida  del

           monstruo. Sabía que las naves de los superseñores eran realmente muy grandes; pero
           contemplarlas en lo alto del cielo no era lo mismo que verlas pasar sobre la propia
           cabeza como una nube de demonios.

               Envuelto por la oscuridad de ese eclipse parcial Van Ryberg siguió con los ojos
           puestos en el horizonte hasta que la nave y su monstruosa sombra se perdieron en el
           sur. No se oía ningún ruido, ni siquiera el silbido del aire y Van Ryberg comprendió

           que  la  nave,  a  pesar  de  su  aparente  cercanía,  había  pasado  por  lo  menos  a  un
           kilómetro de altura. En seguida una ola de aire estremeció el edificio. En alguna parte
           una ventana estalló hacia adentro, y se oyó el ruido de unos vidrios rotos.

               Todos los teléfonos de la oficina habían comenzado a sonar, pero Van Ryberg no
           se movió. Apoyado en el borde de la ventana, clavaba los ojos en el sur, paralizado
           por la presencia del poder ilimitado.

               Stormgren  hablaba  con  la  impresión  de  que  su  mente  recorría  a  la  vez  dos
           caminos distintos. En uno de ellos desafiaba a los hombres que lo habían capturado,
           en el otro esperaba que estos hombres lo ayudasen a descubrir el secreto de Karellen.

           Era  un  juego  peligroso.  Sin  embargo,  y  ante  su  sorpresa,  estaba  gozando  con  ese
           juego.





               El galés ciego había dirigido casi todo el interrogatorio. Era fascinante ver cómo
           esa  mente  ágil  probaba  una  puerta  tras  otra,  examinando  y  rechazando  todas  las

           teorías abandonadas ya por Stormgren. Al fin se echó hacia atrás con un suspiro.


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