Page 37 - El fin de la infancia
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se trataba de un circuito de máquinas instalado en las profundidades de la mina. A la
salida, algunos guardianes formaban un grupo de increíble estatuaria, vigilados por
otra de las ubicuas esferas. En la falda de una loma, a unos pocos metros, descansaba
la máquina volante que llevaba a Stormgren a la nave de Karellen.
Stormgren se detuvo un momento, parpadeando a la luz del sol. Luego vio las
arruinadas maquinarias, y más lejos un camino abandonado que se perdía entre unos
montes. A unos pocos kilómetros de distancia un bosque muy denso rozaba la base de
los montes, y mucho más allá se podía ver el agua brillante de un extenso lago.
Stormgren sospechó que se encontraba en algún lugar de Sudamérica, aunque no era
fácil decir de dónde nacía esa impresión.
Mientras subía a la máquina volante, lanzó una última mirada a los hombres
helados. Luego la puerta se cerró y Stormgren se dejó caer, con un suspiro de alivio,
en el asiento familiar.
Esperó un rato, mientras recobraba el aliento, y luego emitió una expectante y
única sílaba:
—¿Bien?
—Lamento no haberlo rescatado antes. Pero usted comprenderá que era
importantísimo que se reuniesen todos los jefes.
—¿Quiere usted decir —balbuceó Stormgren— que supo siempre dónde estaba
yo? Si lo hubiese pensado...
—No se apresure —dijo Karellen—. Por lo menos déjeme terminar.
—Muy bien —dijo Stormgren sombríamente—, escucho.
Estaba empezando a sospechar que había sido sólo un cebo en una trampa
preparada de antemano.
—Yo tenía un... quizá "rastreador" es la palabra más apropiada... que lo seguía a
usted a todas partes —comenzó a decir Karellen—. Aunque sus últimos amigos
suponían correctamente que yo no podría seguirlo bajo tierra, logré mantener el
contacto hasta que lo metieron a usted en la mina. El traspaso en el túnel fue algo
ingenioso, pero cuando el primer automóvil dejó de reaccionar el plan quedó al
descubierto y volví a localizarlo a usted inmediatamente. Luego todo se redujo a
esperar. Era indudable que tan pronto como creyesen que yo lo había perdido, los
jefes vendrían a la mina y podríamos capturarlos.
—¡Pero los dejó escapar!
—Hasta ahora —continuó Karellen— yo no podía decir quiénes eran, entre los
dos billones que habitan en este planeta, las verdaderas cabezas de la organización.
Ahora que han sido identificados podré seguir con facilidad sus movimientos y
estudiar detenidamente, si así lo deseo, todos sus actos. Será mejor que meterlos en la
cárcel. Si dejan de actuar traicionarán a sus otros camaradas. Están totalmente
neutralizados, y no lo ignoran. El rescate les parecerá inexplicable, pues usted se
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