Page 40 - El fin de la infancia
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de taquigrafía privada—. Tengo que conocer todos los pormenores. Háblame de ese
           cuarto en el que celebran las entrevistas. No omitas ningún detalle, por más trivial
           que te parezca.

               —No hay mucho que decir. Es de metal, y tiene unos ocho metros cuadrados de
           superficie, por cuatro de altura. La pantalla tiene un metro de ancho y delante hay un
           escritorio... Mira, será mejor que te lo dibuje.

               Stormgren  trazó  un  rápido  esbozo  del  cuartito  y  le  pasó  el  dibujo  a  Duval.
           Estremeciéndose ligeramente recordó la última vez que había hecho un movimiento
           semejante. Se preguntó qué habría ocurrido con el galés ciego y sus socios, y cómo

           habrían reaccionado cuando descubrieron que él, Stormgren, había desaparecido.
               El francés estudió el dibujo frunciendo el ceño.
               —¿Y eso es todo lo que puedes decirme?

               —Sí.
               Duval bufó disgustado.

               —¿Qué  hay  de  la  luz?  ¿Estás  en  una  total  oscuridad?  ¿Y  qué  pasa  con  la
           ventilación, la temperatura... ?
               Stormgren sonrió ante esa explosión familiar.
               —El cielo raso es luminoso, y creo que el aire entra por la rejilla del altavoz. No

           sé por dónde sale. Quizá de cuando en cuando cambia la dirección de la corriente. No
           lo he notado. No hay señales de un aparato de calefacción, pero la temperatura es

           siempre normal.
               —Eso quiere decir, supongo, que el vapor de agua se ha condensado, pero no el
           anhídrido carbónico.
               Stormgren trató de sonreír.

               —Creo que te lo he dicho todo —concluyó—. En cuanto a la máquina que me
           lleva hasta Karellen, tiene tan poco carácter como la caja de un ascensor. Sin la silla y

           la mesa bien podría ser eso.
               Hubo  un  silencio  de  varios  minutos  mientras  el  físico  adornaba  su  lápiz  con
           minuciosos y microscópicos mordiscos. Stormgren se preguntó, observándolo, cómo
           un  hombre  como  Duval,  de  mente  mucho  más  brillante  que  la  suya,  no  había

           alcanzado un puesto más alto en el mundo de la ciencia. Recordó una frase malévola
           y probablemente inexacta, de un amigo del Departamento de Estado: "Los franceses

           producen  los  más  grandes  segundones  del  mundo".  Duval  era  una  prueba  de  esa
           aseveración.
               El  físico  sonrió  satisfecho,  se  inclinó  hacia  adelante  y  apunto  con  su  lápiz  a

           Stormgren.
               —¿Qué  te  hace  pensar,  Rikki  —preguntó—,  que  la  pantalla  de  Karellen  sea
           realmente una pantalla?

               —Siempre me pareció eso. Es exactamente igual a una pantalla. ¿Qué otra cosa




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