Page 39 - El fin de la infancia
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               Nunca se le hubiera ocurrido a Stormgren, aun unos pocos días antes, que hubiese
           podido considerar seriamente la acción que estaba planeando. Ese melodramático y

           ridículo rapto, que ahora le parecía un folletín de televisión de tercera categoría, era
           probablemente  una  de  las  causas  principales  de  su  cambio  de  opinión.  Stormgren,

           enemigo  hasta  de  las  batallas  verbales  de  la  sala  de  conferencias,  había  estado
           expuesto por primera vez a la violencia física. El virus debía de haberle contaminado
           la  sangre,  o  simplemente  estaba  acercándose  con  demasiada  rapidez  a  la  segunda
           infancia.

               Motivos  también  muy  importantes  eran  su  curiosidad  y  la  determinación  de
           devolver el golpe. Indudablemente lo habían utilizado como cebo, y aunque la mejor

           de las razones hubiese guiado a Karellen, Stormgren no estaba dispuesto a perdonarlo
           en seguida.
               Pierre  Duval  no  se  sorprendió  cuando  Stormgren  entró  en  su  oficina  sin

           anunciarse.  Eran  viejos  amigos  y  nada  tenía  de  raro  que  el  secretario  visitase
           personalmente al jefe del departamento científico. Si Karellen, o algún subordinado,
           apuntase sus instrumentos de vigilancia hacia esta determinada oficina no tendría, en

           verdad, por qué sorprenderse.
               Los  dos  hombres  hablaron  un  rato  de  generalidades  e  hicieron  algunos
           comentarios  políticos.  Al  fin,  Stormgren  se  decidió  a  encarar  la  cuestión.  El  viejo

           francés se reclinó en su silla y mientras su visitante hablaba las cejas se le fueron
           levantando milímetro a milímetro hasta confundírsele casi con la melena. Una o dos
           veces estuvo a punto de interrumpir a Stormgren, pero lo pensó mejor y continuó

           escuchando en silencio.
               Cuando  Stormgren  terminó,  el  hombre  de  ciencia  miró  con  nerviosismo  a  su
           alrededor.

               —¿Crees que nos estará escuchando? —preguntó.
               —No. No creo que sea posible. Me protege algo que Karellen llama un rastreador.
           Pero no funciona bajo tierra. Ese es uno de los motivos por los que he venido a verte

           a este sótano tuyo. Se supone que está protegido contra toda clase de radiaciones, ¿no
           es así? Bueno, Karellen no es un mago. Sabe dónde estoy, pero nada más.
               —Ojalá tengas razón. Pero, aparte de eso, ¿no habrá dificultades cuando Karellen

           descubra tus intenciones? Pues las descubrirá, lo sabes muy bien.
               —Correré ese riesgo. Además, nos entendemos bien.
               El físico jugueteó con su lápiz y se quedó mirando un rato el vacío.

               —Es un bonito problema. Me gusta —dijo simplemente. Buscó luego en un cajón
           y sacó un enorme bloc de papel. Stormgren nunca había visto otro más grande.
               —Bueno —comenzó a decir Duval, garrapateando furiosamente en una especie




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