Page 34 - El fin de la infancia
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—Así no vamos a ninguna parte —dijo resignadamente—. Necesitamos más
hechos, y estos requieren acción y no discusiones. —Los ojos ciegos parecieron
fijarse pensativamente en el secretario. Luego, durante un momento, sus dedos
tamborilearon nerviosamente sobre la mesa. El primer indicio de inseguridad advirtió
Stormgren. Al fin el galés continuó: —Estoy un poco sorprendido, señor secretario,
de que no haya tratado usted de saber algo más acerca de Karellen.
—¿Y qué sugiere usted? —preguntó Stormgren fríamente, tratando de ocultar su
interés—. Ya le he dicho que ese cuarto tiene una sola salida... y que esa salida
conduce directamente a la Tierra.
—Me imagino que sería posible —reflexionó el otro— diseñar algunos
instrumentos capaces de ayudarnos.
No soy hombre de ciencia, pero el problema merece investigarse. ¿Si le
devolvemos la libertad colaborará con nosotros?
—De una vez por todas —dijo Stormgren agriamente—, aclaremos mi posición.
Karellen está trabajando por un mundo unido, y yo no voy a ayudar a quienes lo
combaten. No sé cuáles serán los propósitos del supervisor, pero creo que son buenos.
—¿Qué pruebas tiene usted?
—Todos sus actos, desde que las naves aparecieron en el cielo. Lo desafío a que
me mencione uno solo que no haya resultado, en última instancia, beneficioso. —
Stormgren calló unos instantes dejando que su mente recorriera los sucesos de los
últimos años y al fin sonrió—. Si quiere usted una sola prueba de la esencial... cómo
diría... benevolencia de los superseñores, recuerde aquella orden que lanzaron al mes
escaso de su llegada prohibiendo la crueldad con los animales. Si hubiese tenido
hasta entonces alguna duda sobre Karellen esa orden la hubiese borrado del todo,
aunque le aseguro que me costó más preocupaciones que ninguna otra.
Esto era apenas una exageración, pensó Stormgren. El incidente había sido en
verdad extraordinario, el primer indicio del odio que los superseñores sentían por la
crueldad. Ese odio, y su pasión por la justicia y el orden, parecían ser las emociones
que dominaban sus vidas... si uno podía juzgarlos por sus actos.
Y sólo aquella vez se mostró Karellen enojado o al menos con la apariencia del
enojo. "Pueden matarse entre ustedes si les gusta —había dicho el mensaje—, ese es
un asunto que queda entre ustedes y sus leyes. Pero si matan, salvo que sea para
comer o en defensa propia, a los animales con quienes ustedes comparten el mundo...
entonces tendrán que responder ante mí".
Nadie sabía exactamente la amplitud que podía tener este edicto o qué haría
Karellen para asegurar su cumplimiento. No hubo mucho que esperar.
La plaza de toros estaba colmada cuando los matadores y sus acompañantes
iniciaron su desfile. Todo parecía normal. La brillante luz del sol chispeaba sobre los
trajes tradicionales, la muchedumbre, como tantas otras veces, alentaba a sus
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