Page 56 - El fin de la infancia
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habían sido reconstruidas, o conservadas como ejemplares de museo cuando no
servían para ningún propósito útil. Muchas otras habían sido abandonadas, pues se
había alterado toda la estructura de la industria y el comercio. La producción era en
su mayor parte automática; las fábricas de robots producían bienes de consumo en
una corriente incesante, de modo que todas las necesidades ordinarias de la vida
estaban virtualmente satisfechas. Los hombres trabajaban para procurarse algunos
lujos, o no trabajaban.
Era un mundo unido. Los antiguos nombres de los antiguos países se usaban
todavía, pero sólo para designar distritos postales. No había nadie en la Tierra que no
supiese hablar inglés, que no supiese leer, que no tuviese a su alcance un aparato de
televisión, que no pudiese visitar el otro extremo del planeta antes de veinticuatro
horas...
Los crímenes habían desaparecido prácticamente. Se habían hecho tan
innecesarios como imposibles. Cuando a nadie le falta nada, no hay motivo para
robar. Por otra parte, todos los criminales en potencia sabían muy bien que no podrían
escapar a la vigilancia de los superseñores. En los primeros días de su gobierno estos
habían intervenido con tanta eficacia en defensa del orden y de la ley que nadie había
olvidado la lección.
Los crímenes pasionales, aunque no inexistentes, eran muy raros, La mayor parte
de los problemas psicológicos había desaparecido, y la humanidad era mucho más
cuerda, y menos irracional. Y aquello que en otras edades se hubiese llamado vicio no
era más que excentricidad o, cuanto más... malos modales.
Un cambio muy notable era la desaparición de aquel ritmo enloquecido que había
caracterizado al siglo veinte. La vida transcurría con más lentitud que nunca. Había,
por lo tanto, menos alicientes para algunos pocos; pero mayor paz para la mayoría. El
hombre occidental había vuelto a aprender lo que el resto del mundo nunca había
olvidado: que la holganza no era algo pecaminoso, y que la pereza no era un signo de
degeneración.
Cualesquiera que fuesen los problemas que trajese el futuro, el tiempo no pesaba
sobre los hombres. La educación era mucho más larga y profunda. Pocas personas
abandonaban el colegio antes de los veinte años. Y esto era simplemente la primera
etapa, ya que después de algunos viajes, y cuando la experiencia les había
ensanchado las mentes, volvían a los veinticinco por otros tres años. Y no dejaban de
seguir algunos cursos, de cuando en cuando, y durante toda la vida, para estudiar
algunos temas que les interesaban muy particularmente.
Esta prolongación de la educación, hasta mucho más allá del fin de la
adolescencia, había traído consigo varios cambios sociales. Generaciones y
generaciones habían advertido la necesidad de algunos de esos cambios, pero se había
evitado siempre enfrentar el problema... o se lo había ignorado. En particular, las
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