Page 53 - El fin de la infancia
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El  mundo  se  quedó  mirando  aquella  puerta  oscura,  donde  nada  aún  se  había
           movido.  En  seguida,  la  poco  escuchada,  pero  inolvidable  voz  de  Karellen  brotó
           dulcemente  desde  un  oculto  altoparlante.  El  mensaje  no  pudo  ser,  quizá,  más

           inesperado.
               —Hay  algunos  niños  al  pie  de  la  rampa.  Quisiera  que  dos  de  ellos  subieran  a
           recibirme.

               Todos callaron unos instantes. Luego, un niño y una niña se desprendieron de la
           multitud  y  caminaron  naturalmente  hacia  la  rampa  y  la  historia.  Otros  niños
           empezaron a seguirlos, pero la voz risueña de Karellen los detuvo.

               —Dos son suficientes.
               Entusiasmados con la inesperada aventura, los niños —no podían tener más de
           seis años— saltaron sobre la hoja metálica. Y entonces ocurrió el primer milagro.

               Saludando alegremente a las multitudes que aguardaban abajo, y a los ansiosos
           padres —quienes un poco tarde recordaron quizá la leyenda del flautista que se había

           llevado  consigo  a  todos  los  niños  del  pueblo—,  los  chicos  comenzaron  a  subir
           rápidamente  por  la  cuesta  empinada.  Sin  embargo  no  movían  las  piernas,  y  todos
           advirtieron que los cuerpos formaban un ángulo recto con la superficie de aquella
           rampa singular. La rampa tenía una gravedad propia, una gravedad que podía ignorar

           la  gravedad  de  la  Tierra.  Los  niños  estaban  aún  disfrutando  de  la  novedosa
           experiencia, y preguntándose qué los llevaría hacia arriba, cuando desaparecieron en

           el interior de la nave.




               Un vasto silencio cayó sobre el mundo entero durante veinte segundos. Nadie,

           más tarde, pudo creer que ese tiempo hubiese sido tan corto. Al fin, la oscuridad de la
           abertura pareció adelantarse, y Karellen salió a la luz del sol. El niño estaba sentado
           en el brazo izquierdo; la niña, en el derecho. Ambos, demasiado ocupados, jugando

           con las alas de Karellen, no advirtieron las miradas de la multitud.
               Los  conocimientos  psicológicos  de  los  superseñores  y  aquellos  largos  años  de
           preparación tuvieron su premio: sólo algunas personas se desmayaron. Sin embargo,

           no  fueron  pocas,  sin  duda,  y  en  todas  las  regiones  del  mundo,  las  que  sintieron
           durante  un  terrible  instante,  que  un  viejo  espanto  les  rozaba  las  mentes,  antes  de
           desvanecerse en forma definitiva.

               No había error posible. Las alas correosas, los cuernos, la cola peluda: todo estaba
           allí.  La  más  terrible  de  las  leyendas  había  vuelto  a  la  vida  desde  un  desconocido
           pasado. Sin embargo, allí estaba, sonriendo, con todo su enorme cuerpo bañado por la

           luz del sol, y con un niño que descansaba confiadamente en cada uno de sus brazos.









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