Page 57 - El fin de la infancia
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costumbres sexuales —hasta donde es posible hablar aquí de costumbres— habían
sufrido una profunda alteración. Dos inventos, que irónicamente eran de origen
puramente humano, y que nada debían a los superseñores, las habían hecho trizas. El
primero era un infalible contraconceptivo, una píldora; el segundo era un método
igualmente seguro —tan exacto como el sistema dactiloscópico y basado en un
minucioso análisis de la sangre— para identificar al padre de cualquier niño. El
efecto de esos dos inventos sobre la sociedad terrestre sólo puede ser descrito como
devastador; los dos habían borrado definitivamente los últimos restos de las
aberraciones puritanas.
Otro gran cambio: la extrema movilidad de los habitantes del mundo. Gracias al
perfeccionamiento del transporte aéreo todos podían ir a cualquier parte y en
cualquier momento. Había más espacio en los cielos que en los caminos, y el siglo
veintiuno había repetido, a gran escala, la gran proeza americana de poner a toda una
nación sobre ruedas. Había dado alas al mundo.
Aunque no literalmente. El avión común de uso privado carecía de alas, y de todo
plano visible de suspensión. Hasta las incómodas paletas de los viejos helicópteros
habían desaparecido. Sin embargo, los hombres no conocían la antigravedad; sólo los
superseñores gozaban de este último secreto. Los vehículos aéreos de los hombres
estaban impulsados por fuerzas que los hermanos Wright hubiesen podido entender.
Las turbinas de reacción, usadas tanto directamente como en forma más sutil, en
distintas posiciones, impulsaban los aparatos hacia adelante y los mantenían en el
espacio. Con una eficacia que los edictos y leyes de Karellen nunca habían alcanzado,
la ubicuidad de los aparatitos había hecho caer las últimas barreras entre las
diferentes tribus de la humanidad.
Habían ocurrido también algunas cosas más profundas. Se vivía una época
totalmente secular. De todas las creencias que habían existido hasta poco antes de la
llegada de los superseñores sólo subsistía una especie de budismo —quizá la más
austera de todas las doctrinas religiosas—, aunque un budismo purificado. Los credos
basados en milagros y revelaciones habían desaparecido totalmente, desvaneciéndose
poco a poco a medida que crecía el nivel de educación. Los superseñores no tenían
intervención en estos cambios. Muy a menudo se le preguntaba a Karellen qué
opinaba sobre la religión, pero el superseñor se limitaba a declarar que las creencias
humanas eran asunto privado mientras no interfiriesen en la libertad de los demás.
Si no hubiese intervenido la curiosidad humana, las antiguas creencias se
hubiesen mantenido quizá en pie. Era sabido que los superseñores habían tenido
acceso al pasado, y en más de una ocasión se había recurrido a Karellen para que
solucionara alguna controversia. Pudo haber ocurrido que Karellen se cansase al fin
de responder a tales preguntas, pero es más probable que no hubiese ignorado cuáles
serían las consecuencias de su generosidad…
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