Page 58 - El fin de la infancia
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El instrumento que entregó en préstamo al Instituto de Historia Universal no era
más que un receptor de televisión con un complicado sistema de controles para
establecer ciertas coordenadas en el tiempo y el espacio. El aparato debía de estar
conectado de algún modo con una máquina mucho más compleja, instalada en la
nave de Karellen, y que funcionaba de acuerdo con principios inimaginables. Sólo
había que ajustar los controles e inmediatamente se abría una ventana al pasado. De
este modo casi toda la historia humana de los últimos cinco mil años era accesible a
los hombres. La máquina no funcionaba más allá de los cinco mil años, y había
además algunos blancos desconcertantes en todas las edades. El fenómeno se debía
quizá a alguna causa natural, aunque también podía tratarse de alguna censura
deliberada, ejercida por los superseñores.
Aunque las mentes racionales habían sabido siempre que todos los textos
religiosos no podían ser verdaderos, la reacción fue sin embargo muy notable. Allí
estaba la revelación que nadie podía negar o poner en duda. Ahí estaban —vistos
gracias a una desconocida magia de los superseñores— los verdaderos comienzos de
todas las grandes religiones del mundo. Casi todas eran nobles e inspiradoras... pero
eso no bastaba. En sólo unos pocos días todos los redentores del género humano
perdieron su origen divino. Bajo la intensa y desapasionada luz de la verdad las
creencias que habían alimentado a millones de hombres, durante dos mil años, se
desvanecieron como el rocío de la mañana. El bien y el mal fabricados por ellas
fueron arrojados al pasado. Ya nunca volverían a conmover el alma de los hombres.
La humanidad había perdido sus antiguas divinidades. Ahora era ya bastante vieja
como para no necesitar dioses nuevos.
Aunque muy pocos lo notaron, la pérdida de la fe fue seguida por una declinación
de la ciencia. Había muchos técnicos, pero pocos pensadores originales que
extendiesen las fronteras del conocimiento humano. Aún persistía la curiosidad, y
había bastante ocio como para complacerse en ella, pero el motivo fundamental de la
investigación científica había desaparecido. Parecía totalmente inútil pasarse la vida
investigando secretos ya descubiertos, probablemente, por los superseñores.
Esta decadencia había sido ocultada, en parte, por un enorme desarrollo de las
ciencias descriptivas, como la zoología, la botánica y la observación astronómica.
Nunca había habido tantos aficionados a coleccionar hechos científicos; pero muy
pocos teóricos trataban de relacionar esos hechos.
El fin de las luchas y conflictos de toda especie había significado también el fin
virtual del arte creador. Había millares de ejecutantes, aficionados y profesionales;
pero, sin embargo, durante toda una generación, no se había producido en verdad
ninguna obra sobresaliente en literatura, música, pintura o escultura. El mundo vivía
aún de las glorias de un pasado perdido.
Nadie se preocupaba, excepto unos pocos filósofos. La raza humana estaba
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