Page 48 - El fin de la infancia
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pantalla. Estaba mirando el futuro, imaginando el día que nunca iba a ver, cuando las
           grandes naves de los superseñores bajasen al fin a la Tierra y abriesen sus puertas
           ante el mundo expectante.

               —Ese  día  —siguió  diciendo  Karellen—,  la  raza  humana  experimentará  lo  que
           sólo puede llamarse una discontinuidad psicológica. Pero no se producirá realmente
           ningún daño. Seremos parte de sus vidas, y cuando se encuentren con nosotros no les

           pareceremos... extraños... como les pareceríamos a ustedes.
               El supervisor no se había mostrado nunca tan contemplativo, pero Stormgren no
           se sorprendió. No creía haber conocido más que unos pocos rasgos del carácter de

           Karellen. El verdadero Karellen era un ser desconocido —y quizá incognoscible—
           para  las  mentes  humanas.  Y  Stormgren  sintió  una  vez  más  que  los  verdaderos
           intereses del supervisor estaban en otra parte, y que gobernaba la Tierra con sólo una

           fracción  de  su  mente,  con  tan  poco  esfuerzo  como  el  que  un  maestro  del  ajedrez
           tridimensional emplea en jugar una partida de damas.

               —¿Y después? —preguntó Stormgren suavemente.
               —Entonces comenzará nuestro verdadero trabajo.
               —Me he preguntado muchas veces qué trabajo será ése. Ordenar nuestro planeta,
           civilizar  la  raza  humana,  son  sólo  medios...  Tienen  ustedes  que  tener  un  fin.

           ¿Podremos salir al espacio y ver otros mundos y hasta quizá colaborar con ustedes?
               —Puede  usted  explicarlo  de  ese  modo  —dijo  Karellen,  y  hubo  en  su  voz  una

           clara  y  sin  embargo  inexplicable  nota  de  tristeza  que  perturbó  singularmente  a
           Stormgren.
               —Pero suponga que al fin su experimento fracase. En nuestras relaciones con las
           razas  primitivas  nos  ocurrió  algo  parecido.  Seguramente  han  tenido  ustedes  sus

           fracasos.
               —Sí  —dijo  Karellen  tan  débilmente  que  Stormgren  apenas  lo  oyó—.  Hemos

           tenido nuestros fracasos.
               —¿Y qué hacen entonces?
               —Esperamos... y probamos de nuevo.
               Hubo una pausa que duró quizá cinco segundos. Cuando Karellen volvió a hablar,

           sus palabras fueron tan inesperadas que durante un instante Stormgren no reaccionó.
               —¡Adiós, Rikki!

               Karellen le había tendido una trampa. Quizá era ya muy tarde. La parálisis de
           Stormgren  duró  sólo  un  momento.  En  seguida,  con  un  movimiento  rápido,  bien
           ensayado, encendió la linterna y la apretó contra el vidrio.

               Los pinos llegaban casi a la orilla del agua, dando paso a una estrecha franja de
           hierba de unos pocos metros de ancho. Todas las noches, cuando aún hacía bastante
           calor, Stormgren, a pesar de sus noventa años caminaba rápidamente a lo largo de

           esta  franja  de  hierbas  hasta  el  desembarcadero,  y  observaba  cómo  el  sol  se  ponía




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