Page 46 - El fin de la infancia
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terremoto.
—¿Ves esa irregularidad?
—Sí, ¿qué es?
—Karellen.
—¡Dios mío! ¿Estás seguro?
—Podemos suponerlo. Está sentado, o de pie, o de cualquier otro modo, a dos
metros de la pantalla. Si hubiésemos obtenido un registro mejor hasta podríamos
calcular su tamaño.
Los sentimientos de Stormgren eran algo confusos mientras observaba aquella
leve inflexión de la línea. Hasta ahora no había podido saber si el cuerpo de Karellen
era de naturaleza material. La evidencia era todavía indirecta, pero la aceptó sin más
dudas.
—También hemos calculado —dijo Duval— la transparencia de la pantalla con
relación a una luz común. Creo que tenemos una idea bastante exacta. De todos
modos no importa. El error no puede ser muy grande. Ya comprenderás, claro, que
esos vidrios transparentes por una cara y opaca por la otra no existen en realidad. Se
trata sólo de un modo de arreglar las luces. Karellen se sienta en una habitación a
oscuras, tú en una iluminada. Eso es todo. Duval rió entre dientes. —Bueno, vamos a
cambiar eso.
Con los ademanes de un mago que hace aparecer una camada de conejos, Duval
se inclinó sobre el escritorio y extrajo de un cajón una linterna enorme. Uno de los
extremos terminaba en una cabeza. El aparato parecía un trabuco.
Duval sonrió mostrando los dientes.
—No es tan peligrosa como parece. Sólo tienes que apuntar la boca hacia la
pantalla y apretar el gatillo. La linterna lanza un rayo de luz muy poderoso que dura
unos diez segundos. Ese tiempo te basta para que ilumines toda la habitación. La luz
pasará a través de la pantalla e iluminará magníficamente a tu amigo.
—¿No le hará daño a Karellen?
—Será mejor que primero apuntes hacia abajo. Así se le irán adaptando los ojos.
Supongo que tiene reflejos como nosotros, y no hay por qué dejarlo ciego.
Stormgren miró el arma con ciertas dudas y la tomó en la mano. Durante estas
últimas semanas la conciencia había estado molestándolo bastante. Karellen lo había
tratado siempre con mucho cariño, a pesar de su ocasional y abrumadora franqueza, y
ahora que se acercaban al fin no quería que nada estropease aquella amistad. Pero el
supervisor ya había sido advertido, y Stormgren estaba seguro que, si de Karellen
dependiese, ya se hubiese mostrado ante él. Ahora la decisión quedaba en sus propias
manos. Cuando la última sesión estuviese concluyendo, Stormgren vería la cara de
Karellen.
Siempre, claro, que Karellen tuviese cara.
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