Page 74 - El fin de la infancia
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Ahora el extremo de esa inmensa lente, delgada como una línea de lápiz,. parecía
moverse con mayor lentitud, aunque sólo a causa de la perspectiva. En realidad la
nave ganaba velocidad. Sólo su huella parecía detenerse; la nave misma se
precipitaba ahora hacia los astros. Jan sabía que muchos telescopios le estaban
siguiendo, pues los hombres de ciencia querían descubrir los secretos de la nave
estelar. Ya se habían publicado docenas de estudios sobre ese tema; sin duda los
superseñores los habían leído con el mayor interés.
La luz fantasmal estaba apagándose. Ahora era una raya muy débil que apuntaba
como siempre hacia el centro de la constelación Carina. El hogar de los superseñores
estaba aproximadamente por allí, pero en cualquiera del millar de estrellas de aquel
sector del espacio. No era posible calcular la distancia que había entre esa estrella y el
sistema solar.
Todo había acabado. Aunque la nave apenas había comenzado su viaje, ya ningún
ojo terrestre podía seguirla. Pero en la mente de Jan el recuerdo de la estela brillante
ardía aún, como un faro que no se apagaría nunca mientras hubiese en él ambiciones
y deseos.
La fiesta había terminado. Casi todos los huéspedes habían vuelto a elevarse por
los aires y se desparramaban ahora hacia los cuatro rincones del globo. Aunque había
algunas excepciones.
Una era Norman Dodsworth, el poeta, que se había emborrachado, de un modo
desagradable, pero que había sido bastante cuerdo como para abandonar la sala antes
de que fuera necesario recurrir a la violencia. Lo habían depositado sobre el césped,
con mucha suavidad, y con la esperanza de que una hiena lo despertase bruscamente.
En fin, no se contaba con él.
Entre los que se habían quedado se incluían George y Jean. No había sido idea de
George: él quería volverse a casa. Desaprobaba la amistad entre Rupert y Jean,
aunque no por las razones comunes. George se enorgullecía de ser un hombre
práctico, de juicioso carácter, y pensaba que el interés que unía a Jean y a Rupert no
era sólo infantil, en esta edad de la ciencia, sino también enfermizo. Que alguien
pudiese atribuir alguna sombra de verdad a los hechos llamados supranormales le
parecía extraordinario, y el haber encontrado aquí a Rashaverak había disminuido su
fe en los superseñores.
Era indudable ahora que Rupert había estado planeando alguna sorpresa,
probablemente con la connivencia de Jean. George se resignó tristemente a las
tonterías que pudiesen sobrevenir.
—Probé toda clase de objetos antes de llegar a esto —decía Rupert con orgullo—.
El mayor problema era el de reducir la fricción y facilitar así los movimientos. La
anticuada mesita y la copa no estaban mal; pero habían sido usadas durante siglos y
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