Page 76 - El fin de la infancia
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—Ahora escuchen —comenzó a decir Rupert—; para beneficio de los escépticos
           como George, pongamos las cosas en claro. Haya o no algo anormal en todo esto,
           funciona. Personalmente creo que se trata de un simple fenómeno mecánico. Cuando

           ponemos  nuestras  manos  sobre  el  disco,  aunque  tratemos  de  no  influir  en  sus
           movimientos,  nuestro  subconsciente  comienza  a  hacer  trampa.  He  analizado
           centenares de sesiones y no he descubierto una sola respuesta que no fuese conocida,

           o sospechada, por alguno de los participantes, aunque a veces no conscientemente.
           Tengo interés en llevar a cabo el experimento en esta peculiar... este... circunstancia.
               La  "peculiar  circunstancia"  estaba  observándolos  en  silencio,  pero,

           indudablemente, no con indiferencia. George se preguntó qué pensaría Rashaverak de
           estas antiguas supersticiones. ¿Ocupaba la posición de un antropólogo ante un rito
           primitivo? La escena era fantástica, y George se sintió verdaderamente tonto.

               Si  los  otros  se  sentían  como  él,  lo  ocultaban  perfectamente.  Sólo  Jean  estaba
           encendida y excitada, aunque quizá el alcohol fuese el culpable.

               —¿Todos  listos?  —preguntó  Rupert—.  Muy  bien.  Guardó,  durante  unos
           instantes,  lo  que  quería  ser  un  impresionante  silencio,  y  luego,  sin  dirigirse
           particularmente a nadie, exclamó: —¿Hay alguien aquí?
               George  pudo  sentir  que  el  disco  temblaba  ligeramente  bajo  sus  dedos.  No  era

           nada sorprendente si se tenía en cuenta la presión ejercida por las seis personas del
           círculo. El disco osciló trazando la figura de un 8 y al fin se detuvo.

               —¿Hay alguien aquí? —repitió Rupert. Con un tono de voz más normal añadió
           —: A menudo pasan diez o quince minutos sin que haya una respuesta, pero otras
           veces...
               —Chist... —dijo Jean.

               El disco se estaba moviendo. Comenzó a balancearse trazando un amplio arco
           entre las tarjetas del "Sí" y del "No". A George le costó trabajo ocultar una risita.

           ¿Qué quedaría demostrado si la respuesta fuese "No"? Recordó aquel viejo chiste:
           "Sólo estamos nosotras, las gallinas... "
               Pero  la  respuesta  era  "Sí".  El  disco  volvió  rápidamente  al  centro  de  la  mesa.
           Parecía como si estuviese vivo, de algún modo, y esperase la próxima pregunta. A

           pesar de sí mismo, George se sintió impresionado.
               —¿Quién eres? —preguntó Rupert.

               Esta vez las letras se sucedieron sin titubeos. El disco se movió a través de la
           mesa,  como  un  ser  consciente,  y  con  tanta  rapidez  que  George  encontraba  difícil
           mantener el contacto. Podía jurar que no contribuía al movimiento. Miró rápidamente

           a los demás, pero no pudo ver nada sospechoso en sus caras. Parecían tan atentos y
           expectantes como él.
               —Todos —respondió el disco, y volvió a su lugar de descanso.

               —Todos  —repitió  Rupert—.  Una  respuesta  típica.  Evasiva,  pero  estimulante.




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