Page 77 - El fin de la infancia
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Significa, quizá, que no hay nadie aquí, salvo una combinación de nuestras mentes.
           —Calló un momento mientras elegía la próxima pregunta. Luego dijo, dirigiéndose al
           aire: —¿Tienes un mensaje para alguno de nosotros?

               —No —replicó el disco con rapidez.
               Rupert miró alrededor de la mesa.
               —Deja  el  asunto  en  nuestras  manos.  A  veces  habla  voluntariamente,  pero  esta

           noche tendremos que hacerle preguntas definidas. ¿Alguien quiere comenzar?
               —¿Lloverá mañana? —dijo George en broma.
               El disco comenzó a oscilar en la línea del SÍ - NO.

               —Es una pregunta tonta —protestó Rupert—. Es posible que llueva en alguna
           parte, y que no llueva en alguna otra. No hagan preguntas cuyas respuestas puedan
           ser ambiguas.

               George  se  sintió  apropiadamente  aplastado.  Decidió  esperar  a  que  algún  otro
           hiciese la pregunta siguiente.

               —¿Cuál es mi color favorito? —preguntó Maia.
               —Azul —fue la respuesta.
               —Es exacto.
               —Pero eso no prueba nada. Tres de los presentes, por lo menos, ya lo sabían.

               —¿Cuál es el color favorito de Ruth? —preguntó Benny.
               —Rojo.

               —¿Es cierto eso, Ruth?
               La mujer alzó la vista de su anotador.
               —Sí, así es. Pero Benny lo sabe, y está en la mesa.
               —Yo no lo sabía —replicó Benny.

               —Lo sabías muy bien. Te lo he dicho un millón de veces.
               —Recuerdo  subconsciente  —murmuró  Rupert—.  Ocurre  a  menudo.  ¿Pero  no

           pueden hacer preguntas más inteligentes, por favor? Todo ha comenzado tan bien,
           que no quiero que perdamos esta mina.
               Curiosamente,  la  misma  trivialidad  del  fenómeno  comenzaba  a  interesar  a
           George. No se trataba de nada supranormal, era indudable. Como decía Rupert, el

           disco  estaba  respondiendo  a  los  movimientos  musculares  inconscientes.  Pero  este
           hecho mismo era asombroso. George nunca hubiese creído que fuera posible obtener

           respuestas tan rápidas y precisas. En una ocasión trató de influir en el disco para que
           éste deletreara su nombre. Obtuvo la "G", pero eso fue todo; el texto no tenía sentido.
           Era  virtualmente  imposible,  decidió,  que  una  persona  gobernara  la  mesa  sin  la

           colaboración de los demás.
               Al  cabo  de  media  hora,  Ruth  había  anotado  más  de  una  docena  de  mensajes,
           algunos bastante largos. Había ocasionales faltas de ortografía, y rarezas de sintaxis,

           pero  pocas.  Cualquiera  que  fuese  la  explicación,  George  —estaba  seguro—  no




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