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AUTOR Libro
toda la verdad, que había acompañado a Jacob a comprar unas piezas y que después
le había visto trabajar en su garaje.
—¿Crees que volverás a visitarle pronto? —me preguntó; intentó que no me
diera cuenta de su interés.
—Mañana después de clase —admití—. Me llevaré los deberes, no te
preocupes.
—Asegúrate de que sea así —me ordenó, aunque tratando de disimular su
satisfacción.
Cuando nos acercamos a la casa, me puse nerviosa. No quería subir al primer
piso. La calidez de la presencia de Jacob se estaba desvaneciendo y, en su ausencia, la
ansiedad se incrementaba. Estaba segura de que no me iría de rositas con dos
tranquilas noches de sueño seguidas.
Para retrasar un poco más la hora de acostarme, abrí el correo electrónico; había
un nuevo mensaje de Renée.
Me contaba cosas sobre su día a día, el nuevo club de lectura que llenaba el
hueco de las clases de meditación que acababa de abandonar, cómo le iba con la
sustitución que estaba haciendo en segundo grado y cuánto echaba de menos a sus
chicos de infantil. También me escribía sobre lo mucho que disfrutaba Phil de su
nuevo trabajo de entrenador y que estaban planeando una segunda luna de miel en
Disney World.
Me di cuenta de que estaba leyéndolo como si fuera el reportaje de un
periódico, más que como el mensaje que alguien te dirige personalmente. Me inundó
el remordimiento, dejándome un regusto desagradable después. Menuda hija estaba
hecha.
Le contesté con rapidez, haciendo comentarios de cada una de las partes de su
carta y añadiendo información de mi propia cosecha; le describí la fiesta de los
espaguetis en casa de Billy y cómo me sentí mientras observaba a Jacob hacer algo
útil con unas pequeñas piezas de metal, sobrecogida y algo envidiosa. No hice
mención al cambio que supondría para ella esta carta respecto a las que había
recibido en los últimos meses. Apenas podía recordar lo que le había escrito, ni
siquiera la semana pasada, pero estaba segura de que no había sido muy
comunicativa. Cuanto más pensaba en ello, me sentía más culpable. Seguramente la
había preocupado mucho.
Me quedé mucho rato esa noche después de escribir, haciendo más tareas de la
casa de las estrictamente necesarias, al suponer que ni la falta de sueño ni el tiempo
pasado con Jacob —siendo casi feliz de una manera superficial— podrían apartarme
de los sueños durante más de dos noches seguidas.
Me desperté chillando, con el grito sofocado contra la almohada.
Mientras la tenue luz de la mañana se filtraba a través de la niebla que había en
el exterior de mi ventana, yací en la cama e intenté sacudirme los restos del sueño.
Había una pequeña diferencia en la pesadilla de aquella noche y me concentré en
ella.
No había estado sola en el bosque. Sam Uley, el hombre que me había recogido
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