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AUTOR                                                                                               Libro
                     Apagó la luz y por un momento me quedé ciega. Jacob me tomó de la mano y
               me sacó del garaje dirigiéndose hacia la casa entre los árboles. Sus pies encontraron
               con facilidad el camino. Sentí su mano rugosa, pero muy cálida.
                     Tropezamos a menudo en la oscuridad a pesar de caminar por el sendero. Aún
               nos reíamos cuando la casa apareció a la vista. No era una risa profunda, sino más
               bien ligera y superficial, pero no por eso menos agradable. Estaba segura de que él
               no había notado el matiz de histeria que teñía la mía. No estaba acostumbrada a reír,
               y me hacía sentir bien y al mismo tiempo muy mal.
                     Charlie nos esperaba de pie en el pequeño porche trasero y Billy estaba detrás,
               sentado en el umbral.
                     —Hola, papá —dijimos los dos a la vez y eso nos hizo romper a reír de nuevo.
                     Charlie   me   miraba   con   los   ojos   abiertos   de   par   en   par,   unos   ojos   que
               relampaguearon al darse cuenta de cómo la mano de Jacob se cerraba sobre la mía.
                     —Billy nos ha invitado a cenar —dijo Charlie, en tono distraído.
                     —Mi   receta   ultra   secreta   para   los   espaguetis   con   carne,   transmitida   de
               generación en generación —dijo Billy en tono solemne.
                     Jacob bufó.
                     —La verdad, dudo que esa receta exista desde hace tanto.
                     La   casa   estaba   atestada.   También   se   hallaba   allí   Harry   Clearwater   con   su
               familia: su mujer, Sue, a la que yo recordaba vagamente de mis vacaciones infantiles
               en Forks y sus dos hijos. Leah era un año mayor que yo. Hermosa al estilo exótico,
               con su piel  cobriza perfecta, su cabello  negro  centelleante  y  las  pestañas  como
               plumeros; parecía preocupada. Cuando llegamos estaba colgada al teléfono de Billy y

               no lo soltó en ningún momento. Seth tenía catorce años y absorbía cada palabra que
               dijera Jacob, lo idolatraba con la mirada.
                     Éramos demasiados para la mesa de la cocina, así que Charlie y Harry trajeron
               sillas del patio y comimos los espaguetis con los platos apoyados en nuestro regazo,
               a la luz tenue que salía por la puerta abierta del cuarto de estar de Billy. Los hombres
               hablaron del partido; Harry y Charlie hicieron planes para ir a pescar. Sue le tomó el
               pelo a su marido con lo del colesterol e intentó, sin éxito, que consintiera en comer
               algo   de   color   verde   y   con   hojas.   Jacob   habló   conmigo   sobre   todo   y   Seth   le
               interrumpía rápidamente cada vez que se sentía en peligro de verse relegado al
               olvido. Charlie me observaba, intentando que no se le notara, con ojos complacidos,
               pero cautos a la vez.
                     Aquello era una caótico guirigay en el que todos hablábamos en voz alta a la
               vez, donde las carcajadas producidas por cada chiste interrumpían la historia de los
               demás. No tuve que hablar con frecuencia, pero sonreí mucho y sólo cuando me
               apeteció hacerlo.
                     No quería irme.
                     Sin embargo, estábamos en el estado de Washington y la inevitable lluvia
               terminó con la fiesta. La sala de estar de Billy era demasiado pequeña para permitir
               que continuara allí la reunión. Harry había traído a Charlie, por lo que nos volvimos
               juntos a casa, en mi coche. Él me preguntó cómo me había ido el día y le conté casi




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