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que le rodea. Igual que un sol ceñido a la Tierra, sea quien sea el que entre en su
órbita gravitacional, es irremediablemente atraído por su calidez. Para él, era algo
natural, formaba parte de sí mismo. No resultaba tan extraño que estuviera deseando
verle.
Incluso cuando se refirió al enorme agujero abierto en mi salpicadero, no me
inundó el pánico como tendría que haber sucedido.
—¿Se te rompió el estéreo? —me preguntó.
—Así es —le mentí.
Hurgó un poco en la cavidad.
—¿Quién se lo llevó? Ha hecho un buen destrozo...
—Fui yo —admití.
Se echó a reír.
—Pues quizá sea mejor que no toques mucho las motos.
—Sin problemas.
Tal y como había dicho Jacob, probamos suerte en el vertedero. Se extasió al
encontrar en ese lugar diversas piezas de metal retorcido ennegrecidas por la grasa.
Me impresionó de veras que pudiera identificarlas.
Desde allí fuimos al Checker Auto Parts que había más abajo, en Hoquiam.
Teniendo en cuenta la velocidad de mi coche, eso suponía más de dos horas de
conducción en dirección sur por la sinuosa autopista, pero el tiempo pasaba
cómodamente al lado de Jacob. Charloteaba sobre sus amigos y el instituto y me
sorprendí a mí misma haciendo preguntas, pero no para disimular, sino realmente
curiosa por saber las respuestas.
—Estoy llevando yo toda la conversación —se quejó, después de haberme
contado una larga historia acerca de Quil y el problema en el que se habla metido al
pedirle salir a la novia de un chico del último curso—. ¿Por qué no hablas ahora tú?
¿Qué tal va todo en Forks? Seguro que es más excitante que La Push.
—Qué va —suspiré—. En realidad, no pasa nada. Tus amigos son mucho más
interesantes que los míos. Me gustan. Quil es muy divertido.
Frunció el ceño.
—A Quil también le gustas tú.
Yo me reí.
—Pues es un poco joven para mí.
El ceño de Jacob se acentuó.
—No es mucho más joven que tú. Sólo un año y unos meses.
Me dio la sensación de que ya no estábamos hablando de Quil. Mantuve la voz
en un tono ligero, bromista.
—Seguro que sí. Pero considerando la diferencia de madurez entre chicos y
chicas ¿no tendrías que contarlo en años similares a los de los perros? ¿Y eso qué me
hace, unos doce años mayor?
Se rió al tiempo que levantaba los ojos al cielo.
—Vale, pero si te vas a poner picajosa con eso, también tendremos que
considerar el tamaño. Eres tan pequeña que vamos a tener que descontarte diez años
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