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AUTOR                                                                                               Libro
               del suelo del bosque aquella noche en la que no podía pensar conscientemente,
               estaba allí. Era un cambio extraño, insospechado. Sus ojos oscuros me parecieron
               sorprendentemente   hostiles,   como   si   contuvieran   algún   secreto   que   no   deseara
               compartir. Le miré tanto como mi frenética búsqueda me permitía, pero me hizo
               sentir incómoda el tenerle allí, añadido a todo el pánico que ya me era habitual.
               Quizás   se   debía   a   que   cuando   no   le   miraba   directamente,   mi   visión   periférica
               percibía la forma en que su silueta parecía temblar y cambiar. A pesar de todo, no
               hacía nada más que estar allí de pie y observar. No me ofreció ayuda, a diferencia del
               momento en que nos conocimos en la realidad.
                     Charlie me examinó durante el desayuno y yo intenté ignorarle. Suponía que
               me lo había merecido. No podía esperar que él no se preocupara. Probablemente
               tendrían que pasar semanas antes de que él dejara de aguardar a que regresara la
               zombi y yo simplemente debería intentar que no me molestara este hecho. Después
               de todo, también yo estaba vigilando el regreso de la zombi. Dos días no bastaban ni
               de lejos para proclamar mi curación.
                     En el instituto era justo lo opuesto. Ahora que yo sí estaba prestando atención,
               estaba claro que nadie me observaba.
                     Recuerdo el primer día que entré en el instituto de Forks, lo desesperadamente
               que deseé volverme de color gris, disolverme en el cemento mojado de la acera como
               un camaleón de gran tamaño. Parecía que sólo un año después había conseguido ver
               cumplido mi deseo.
                     Era como si no estuviera allí. Incluso mis profesores paseaban la vista por mi
               asiento como si se encontrara vacío.

                     Escuché mucho durante toda la mañana, pendiente una y otra vez de las voces
               que me rodeaban. Intenté captar de qué iban las cosas, pero las conversaciones me
               llegaban tan deslavazadas que lo dejé.
                     Jessica ni siquiera levantó la vista cuando me senté a su lado en mates.
                     —Hola, Jess —le dije, con una despreocupación que era puro cuento—. ¿Qué tal
               te fue el resto del fin de semana?
                     Ella me miró con ojos cargados de sospecha. ¿Estaría todavía enfadada? ¿O
               simplemente se sentía demasiado impaciente para tratar con una chalada?
                     —Divino —me contestó, volviéndose a su libro.
                     —Eso está bien —murmuré.
                     La expresión figurada «hacerle el vacío a alguien» parecía tener algo de literal
               en sí misma. Podía sentir el aire cálido circular desde los respiraderos, pero yo seguía
               teniendo mucho frío. Tomé la chaqueta del respaldo de la silla y me la puse otra vez.
                     Salimos tarde de la cuarta hora de clase y la mesa del almuerzo donde solía
               sentarme estaba llena en el momento de mi llegada. Mike estaba allí; también Jessica
               y Angela, Conner, Tyler, Eric y Lauren. Katie Webber, la chica pelirroja de tercer año
               que vivía al volver la esquina de mi casa, estaba sentada con Eric, y Austin Marks, el
               hermano mayor del chico del que obtuve las motos, estaba a su lado. Me pregunté
               cuánto tiempo llevaba sentado allí, incapaz de recordar si hoy era el primer día o
               algo que se había convertido en una costumbre habitual.




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