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AUTOR Libro
Empezaba a estar molesta conmigo misma. Parecía que me había pasado todo el
último semestre empaquetada en bolitas de espuma de poliéster.
Nadie levantó la cabeza cuando me senté al lado de Mike, ni siquiera cuando la
silla chirrió estridentemente contra el suelo de linóleo al apartarla para sentarme.
Intenté captar el hilo de la conversación.
Mike y Conner hablaban de deportes, así que rápidamente dejé de escucharles.
—¿Dónde está Ben hoy? —le estaba preguntando Lauren a Angela. Esto parecía
mejor, por lo que presté atención. Me pregunté si aquello significaría que Angela y
Ben todavía seguían juntos.
Apenas reconocí a Lauren. Se había cortado todo su sedoso pelo rubio maíz al
estilo paje, tan corto que tenía la nuca afeitada como la de un chico. ¡Qué cosa tan
horrible! Me pregunté el porqué. ¿Le habían pegado chicle en el pelo? ¿Lo había
vendido? ¿Se habían puesto de acuerdo todas las personas con las que ella se había
portado mal para atraparla en la parte de atrás del gimnasio y afeitarla? Decidí que
no estaba bien juzgarla ahora, en base a mi opinión previa sobre ella. Por lo que a mí
me constaba, podía haberse convertido en una persona estupenda.
—Ben ha pillado una gripe estomacal —contestó Angela, con su voz tranquila,
calma—. Con suerte, se le pasará en cosa de veinticuatro horas. Anoche estaba
realmente enfermo.
Angela también se había cambiado el peinado, porque las capas le habían
crecido.
—¿Qué hicisteis vosotras este fin de semana? —preguntó Jessica, sin que por su
tono de voz pareciera muy interesada en la respuesta. Hubiera apostado que no era
más que un modo de abrir la conversación con el fin de que ella pudiera contar sus
propias historias. Me pregunté si se atrevería a hablar de Port Angeles estando yo
sentada a dos asientos de distancia. ¿Es que me había vuelto tan invisible que nadie
se iba a sentir incómodo hablando de mí estando yo presente?
—Nosotros íbamos a ir de excursión el sábado, pero... cambiamos de idea —dijo
Angela. Hubo un matiz peculiar en su voz que captó mi interés.
A Jess, no tanto.
—Pues qué pena —dijo, dispuesta a embarcarse en su propia historia. Pero yo
no era la única que estaba prestando atención.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Lauren con curiosidad.
—Bien —continuó Angela, que parecía dudar más de lo habitual, aunque ella
solía ser reservada por lo general—. Condujimos en dirección norte, hacia las fuentes
termales. Hay un sitio ideal justo a un kilómetro del comienzo del sendero, pero
vimos algo cuando estábamos más o menos a mitad de camino.
—¿Que visteis algo? ¿El qué? —las pálidas cejas de Lauren se alzaron a la vez.
Incluso Jess parecía estar escuchando ahora.
—No lo sé —repuso Angela—. Creímos que era un oso. Era negro, pero parecía
demasiado... grande.
Lauren bufó.
—¡Oh no, tú también! —sus ojos se volvieron burlones y decidí que no había
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