Page 185 - Crepusculo 1
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Me levanté, ignorándole, y me puse a limpiar de barro y ramitas la parte posterior de mi
chaqueta. Eso sólo sirvió para que se riera aún más. Enfadada, empecé a andar a zancadas
hacia el bosque.
Sentí su brazo alrededor de mi cintura.
— ¿Adonde vas, Bella?
—A ver un partido de béisbol. Ya que tú no pareces interesado en jugar, voy a
asegurarme de que los demás se divierten sin ti.
;
—Pero si no es por ahí...
Me di la vuelta sin mirarle, y seguí andando a zancadas en la dirección opuesta. Me
atrapó de nuevo.
—No te enfades, no he podido evitarlo. Deberías haberte visto la cara —se reía entre
dientes, otra vez sin poder contenerse.
—Ah claro, aquí tú eres el único que se puede enfadar, ¿no? —le pregunté, arqueando
las cejas.
—No estaba enfadado contigo.
— ¿«Bella, eres mi perdición»? —cité amargamente.
—Eso fue simplemente la constatación de un hecho.
Intenté revolverme y alejarme de él una vez más, pero me sujetó rápido.
—Te habías enfadado —insistí.
—Sí.
—Pero si acabas de decir...
—No estaba enfadado contigo, Bella, ¿es que no te das cuenta? —Se había puesto serio
de pronto, desaparecido del todo cualquier amago de broma en su expresión—. ¿Es que no lo
entiendes?
— ¿Entender el qué? —le exigí, confundida por su rápido cambio de humor, tanto como
por sus palabras.
—Nunca podría enfadarme contigo, ¿cómo podría? Eres tan valiente, tan leal, tan...
cálida.
—Entonces, ¿por qué? —susurré, recordando los duros modales con los que me había
rechazado, que no había podido interpretar salvo como una frustración muy clara, frustración
por mi debilidad, mi lentitud, mis desordenadas reacciones humanas...
Me puso las manos cuidadosamente a ambos lados de la cara.
—Estaba furioso conmigo mismo —dijo dulcemente—. Por la manera en que no dejo
de ponerte en peligro. Mi propia existencia ya supone un peligro para ti. Algunas veces, de
verdad que me odio a mí mismo. Debería ser más fuerte, debería ser capaz de...
Le tapé la boca con la mano.
—No lo digas.
Me tomó de la mano, alejándola de los labios, pero manteniéndola contra su cara.
—Te quiero —dijo—. Es una excusa muy pobre para todo lo que te hago pasar, pero es
la pura verdad.
Era la primera vez que me decía que me quería, al menos con tantas palabras. Tal vez
no se hubiera dado cuenta, pero yo ya lo creo que sí.
—Ahora, intenta cuidarte, ¿vale? —continuó y se inclinó para rozar suavemente sus
labios contra los míos.
Me quedé quieta, mostrando dignidad. Entonces, suspiré.
—Le prometiste al jefe Swan que me llevarías a casa temprano, ¿recuerdas? Así que
será mejor que nos pongamos en marcha.
—Sí, señorita.
Sonrió melancólicamente y me soltó, aunque se quedó con una de mis manos. Me llevó
unos cuantos metros más adelante, a través de altos helechos mojados y musgos que cubrían
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