Page 316 - Frankenstein
P. 316

nar con más serenidad, pero aún resonaban en
   mi oído, como un toque a muerto, las palabras
   del malvado ser; parecían lejanas, como un sue-
   ño,  pero  eran  claras  y  apremiantes  como  la
   misma realidad.
     El  sol  se  encontraba  ya  muy  bajo,  y  yo  aún
   seguía en la playa, saciando el apetito con unas
   galletas de avena, cuando vi atracar una barca
   no lejos de mí. Se acercó uno de los hombres v
   me dio un paquete; contenía cartas de Ginebra
   y una de Clerval en la que me rogaba me re-
   uniera con él. Decía que hacía casi un año que
   habíamos abandonado Suiza, y no habíamos
   visitado Francia. Me insistía, por tanto, en que
   abandonara mi isla solitaria y me reuniera con
   él en Perth, al cabo de una semana, y juntos
   hiciéramos planes para continuar nuestro viaje.
   Esta carta me hizo, en parte, volver a la reali-
   dad,  y  decidí  que  me  iría  de  la  isla  a  los  dos
   días.
     Pero, antes de partir, me esperaba una tarea
   que me producía escalofríos sólo de pensar en
   311   312   313   314   315   316   317   318   319   320   321