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—No te asustes cuando sople el
viento —le dijo uno de los Truenos a
Tajín—; son nuestras capas cuando las
agitamos.
—Ni te espantes con los relámpagos;
son nuestras espadas que relumbran
en la oscuridad.
—Ni te hagan sufrir los truenos; son
nuestras botas que retumban contra las
nubes.
—No permitas que la lluvia te moje,
porque si te resfrías después no podrás
ayudarnos.
—No vayas a descuidar los frijoles
porque se pueden quemar y el baile nos
abre el apetito.
—Ni te vayas a quedar dormido,
pues alguien podría entrar y llevarse
nuestra cena.
—Sobre todo —le dijo el Trueno
Mayor—, no dejes que se apague el
fuego, porque cuesta mucho trabajo
volver a encenderlo.
Así se despidieron los Truenos y Tajín les dijo que sí a
todo. Al principio pudo verlos mientras iban subiendo por
los aires con sus trajes de labor, como si la escalinata de la
pirámide continuara más allá de las copas de los árboles.
Todavía pudo distinguirlos cuando corrían reuniendo las
nubes como si éstas fueran los animales de un rebaño.
Y, en efecto, cuando los Truenos movían las capas, Tajín
sentía cómo el viento le sacudía los cabellos; y cuando
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