Page 82 - Coleccion d elibros de lectura
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saltaban de un lado a otro se escuchaba
               como el rodar de truenos lejanos;
               y cuando desenvainaron las  espadas
               para dar la señal y comenzar  un  baile,
               un relámpago gigantesco iluminó el cielo
               hasta el último confín, y el estruendo
               que lo siguió fue tan violento que
               sacudió la tierra.
                   La lluvia comenzó a caer suave y
               tibia como una bendición. Tajín ya no

               podía ver a los Truenos pero sabía que
               estaban encima de las nubes, bailando
               con todas sus fuerzas, agitando
               las capas y blandiendo las espadas,
               taconeando con las botas y gritando
               de vez en cuando, si la felicidad los
               desbordaba, “¡Jajay, jajay, jajay!”.

                   Durante algunos días Tajín fue un
               ayudante ejemplar. Barría la casa —¡y
               cada uno de los nichos!—; ponía los
               frijoles en la olla; traía agua del pozo;
               trabajaba en la milpa; estaba atento a
               que las ascuas no perdieran su brillo de
               joyas entre las tres piedras del fogón;
               también cepillaba las botas de los
               Truenos. Y cada vez que tocaba esas
               botas le renacía el mismo pensamiento:

               “Tengo que subir, tengo que subir”.
                   La soñada oportunidad llegó. Una
               mañana, los Siete Truenos se pusieron
               sus blancos trajes de viaje y le dijeron a
               Tajín que debían ir a Papantla,
               a comprar puros en el mercado.









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