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—No te preocupes, no tardaremos
mucho —le dijo el Trueno Viejo, que
se había encariñado un poco con el
muchacho.
—Antes de que acabe el día nos
verás por aquí —dijo otro de los Truenos
palmeándole la cabeza.
—Pero no olvides todo lo que te
hemos advertido —le dijo el Trueno
Doble, que no quería parecer blando.
—Pon los frijoles en la olla, porque el
viaje es largo y regresaremos con hambre.
—No vayas a descuidarte ni dejes la
casa sola.
—No te quedes dormido.
—Sobre todo —le recordó al salir el
Trueno Mayor—, no vayas a permitir que
se apaguen las brasas.
Tajín dijo que sí a todo y los Truenos se fueron muy
contentos porque ahora sí tenían a alguien que los
ayudara; que fuera a sembrar y cosechar; que barriera la
casa y trajera agua del pozo; que pusiera los frijoles en
la olla y cuidara amorosamente la adorada flor del fuego.
Muy contentos se fueron los Siete Truenos a comprar sus
puros al mercado de Papantla.
Apenas se quedó solo Tajín tiró la escoba en un rincón
y comenzó a palmotear de contento. Corrió al gran arcón de
los Truenos y se lanzó de cabeza a buscar unas botas
que le quedaran. Tuvo que echar fuera todas las prendas
antes de encontrar unos zapatos de su medida. La capa y
la espada presentaron menos dificultades.
En cuanto se hubo vestido, el muchacho corrió al pozo
para verse reflejado en el agua.
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