Page 70 - Matilda
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son de cemento, con trozos de vidrios incrustados en ellas, por lo que no puedes
apoyarte. Tienes que permanecer muy atenta todo el tiempo que estás encerrada
en él. ¡Es terrible!
—¿No te puedes apoyar contra la puerta? —preguntó Matilda.
—No seas tonta —dijo Hortensia—. La puerta está repleta de miles de clavos
puntiagudos clavados desde fuera, probablemente por la misma Trunchbull.
—¿Has estado allí dentro alguna vez? —preguntó Lavender.
—El primer año estuve seis veces —dijo Hortensia—. Dos de las veces todo
el día, y las otras, dos horas cada vez. Pero dos horas es demasiado. Está oscuro
como boca de lobo y tienes que permanecer de pie, porque si te mueves te
clavas los cristales de las paredes o los clavos de la puerta.
—¿Por qué te encerraron allí? —preguntó Matilda—. ¿Qué habías hecho?
—La primera vez —dijo Hortensia— volqué medio bote de jarabe en el
asiento de la silla donde se iba a sentar la Trunchbull durante los rezos. Fue
fantástico. Cuando se sentó hubo un ruido como de chapoteo, parecido al que
hace un hipopótamo cuando hunde las patas en el barro de las orillas del río
Limpopo. Pero tú eres demasiado pequeña para haber leído Historias, ni más ni
menos, ¿no?
—Lo he leído —dijo Matilda.
—Eres una embustera —dijo Hortensia amigablemente—. Ni siquiera sabes
leer aún. Pero no importa. Bueno, cuando la Trunchbull se sentó sobre el jarabe,
el ruido fue divino. Y cuando se levantó, la silla se le quedó pegada al fondillo de
esos horribles pantalones verdes que lleva y se le quedó adherida durante unos
segundos, hasta que se despegó del espeso jarabe. Se llevó las manos al trasero y
se le quedaron pringadas. Deberíais haber oído el rugido que soltó.
—¿Cómo supo que habías sido tú? —preguntó Lavender.