Page 71 - Matilda
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—Se chivó un pequeñajo idiota llamado Ollie Bogwhistle —dijo Hortensia—.
      Le rompí los dientes.
        —¿Y la Trunchbull te metió en La ratonera durante todo un día? —preguntó
      Matilda, con un nudo en la garganta.
        —Todo el día —dijo Hortensia—. Cuando me dejó salir estaba medio loca.
      Balbuceaba como una imbécil.
        —¿Qué otras cosas hiciste para que te metiera en La ratonera?  —preguntó
      Lavender.
        —Oh, no me acuerdo de todas ahora —dijo Hortensia. Hablaba con el aire de
      un viejo guerrero que ha estado en tantas batallas que el valor es algo habitual—.
      Fue hace mucho tiempo —añadió, metiéndose más patatas fritas en la boca—.
      ¡Ah, sí!  Me  acuerdo  de  una. Lo  que  pasó  fue esto.  Elegí  un  momento  en que
      sabía  que  la  Trunchbull  estaba  fuera,  dando  clase  a  los  de  sexto,  y  levanté  la
      mano pidiendo permiso para ir al retrete. Pero, en lugar de ir allí, me metí en el
      despacho de la Trunchbull. Tras una rápida búsqueda, encontré el cajón donde
      guardaba sus calzones de gimnasia.
        —Sigue —dijo Matilda, interesada—. ¿Qué pasó luego?
        —Yo había escrito para que me mandaran por correo unos polvos de picapica
      muy fuertes —dijo Hortensia—. Cuestan cincuenta peniques el sobre y se llaman
      Abrasapiel.  La  etiqueta  decía  que  estaban  fabricados  con  polvo  de  dientes  de
      serpientes  venenosas  y  se  garantizaba  que  formaban  ronchas  en  la  piel  del
      tamaño de una nuez. Así que los espolvoreé dentro de todos los calzones del cajón
      y  luego  los  volví  a  doblar  con  cuidado  —Hortensia  hizo  una  pausa  para
      atiborrarse de patatas fritas.











        —¿Funcionó? —preguntó Lavender.
        —Bueno  —dijo  Hortensia—,  unos  días  después,  durante  los  rezos,  la
      Trunchbull  empezó  a  rascarse  abajo  como  una  loca.  « Ajá  —me  dije—,  ya
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