Page 72 - Matilda
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está» .  Ya  se  había  cambiado  para  ir  a  gimnasia.  Era  maravilloso  estar  allí
      sentada, viéndolo todo y sabiendo que yo era la única persona de toda la escuela
      que  sabía  exactamente  lo  que  estaba  sucediendo  dentro  de  los  calzones  de  la
      Trunchbull. Estaba  también  tranquila.  Sabía  que no  podían  cazarme.  Luego,  el
      picor fue a peor. La Trunchbull no podía estarse quieta. Debió de pensar que tenía
      un avispero allí dentro. Entonces, en mitad del padrenuestro, pegó un brinco, se
      agarró el trasero y salió de allí corriendo.
        Matilda  y  Lavender  estaban  cautivadas.  No  tenían  duda  de  que  en  aquel
      momento se hallaban en presencia de una maestra. Alguien que había elevado el
      arte de la picardía a la cota más alta de la perfección; alguien que, por otra parte,
      estaba  dispuesta  a  arriesgar  alma  y  vida  por  seguir  su  vocación.  Miraban
      admiradas a esa diosa y, de repente, hasta el grano de la nariz se convirtió en
      distintivo de valor en lugar de defecto físico.
        —Pero ¿cómo te pilló ella esta vez? —preguntó Lavender, sin aliento.
        —No me pilló —dijo Hortensia—, pero, a pesar de eso, pasé un día en La
      ratonera.
        —¿Por qué? —preguntaron a dúo.
        —La  Trunchbull  —dijo  Hortensia—  tiene  la  mala  costumbre  de  suponer.
      Cuando no sabe quién es el culpable, se lo imagina, y lo malo es que casi siempre
      acierta.  Yo  fui  la  primera  sospechosa  esta  vez  por  lo  del  asunto  del  jarabe  y,
      aunque yo sabía que no tenía ninguna prueba, no me sirvió de nada. Le dije que
      cómo iba a haberlo hecho yo, si ni siquiera sabía que tenía calzones de repuesto
      en la escuela, ni sabía lo que eran los polvos de picapica. « Nunca he oído hablar
      de ellos» , le dije. Pero de nada me sirvió mentir, a pesar del teatro que le eché.
      La Trunchbull me agarró por una oreja y me arrastró a La ratonera, me metió
      dentro y cerró la puerta. Ésa fue la segunda vez que pasé allí un día entero. Un
      auténtico martirio. Salí llena de pinchazos y cortes.
        —Es como una guerra —dijo Matilda, impresionada.
        —Tienes razón —dijo Hortensia—. Y las bajas son terribles. Nosotros somos
      los cruzados, el valeroso ejército que lucha por nuestras vidas sin armas apenas,
      y la Trunchbull es el Diablo, la Serpiente Maligna, el Dragón de Fuego, con toda
      clase de armas a su disposición. Es una vida dura. Tratamos de ayudarnos unos a
      otros.
        —Puedes confiar en nosotras —dijo Lavender, irguiéndose de forma que su
      estatura de setenta y cinco centímetros pareció aumentar cinco.
        —No,  no  puedo  —dijo  Hortensia—.  Vosotras  sois  unas  renacuajas.  Pero
      nunca se sabe. A lo mejor encontramos un trabajo secreto para vosotras algún
      día.
        —Cuéntanos algo más de lo que hace —dijo Matilda—. Por favor.
        —No debo asustaros antes de que llevéis aquí una semana —dijo Hortensia.
        —No nos asustamos —dijo Lavender—. Puede que seamos pequeñas, pero
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