Page 68 - Matilda
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Lanzamiento de martillo
      L  O curioso de Matilda era que si uno la conocía fortuitamente y hablaba con
        ella,  hubiera  pensado  que  era  una  niña  de  cinco  años  y  medio  totalmente
      normal. Apenas exteriorizaba señal alguna de su talento y nunca alardeaba de él.
      « Es una pequeña muy sensible y muy reposada» , hubiera pensado uno. Y, a
      menos que, por alguna razón, discutiera uno con ella de literatura o matemáticas,
      no hubiera sabido nunca el alcance de su capacidad intelectual.
        Por eso, a Matilda le resultaba fácil entablar amistad con otros niños. Caía
      bien a todos los de su clase. Naturalmente, ellos sabían que era « inteligente» ,
      porque habían sido testigos de las preguntas que le había hecho la señorita Honey
      el  primer  día  de  curso.  Sabían  también  que  se  le  permitía  estar  con  un  libro
      durante las clases y no prestar atención a la profesora. Pero los niños de su edad
      no profundizan en busca de razones. Están demasiado pendientes de sus pequeñas
      disputas para preocuparse demasiado de lo que hacen otros y por qué lo hacen.
        Entre los nuevos amigos de Matilda estaba la niña llamada Lavender. Desde
      el primer día empezaron a estar juntas durante el recreo de la mañana y a la
      hora del almuerzo. Lavender era excepcionalmente pequeña para su edad, una
      niña flacucha de profundos ojos castaños y pelo oscuro, con un flequillo que le
      caía sobre la frente. A Matilda le gustaba porque era decidida y aventurera. A
      ella le gustaba Matilda por las mismas razones.
        Antes de que terminara la primera semana del curso, ya circulaban entre los
      nuevos  alumnos  impresionantes  historias  sobre  la  directora,  la  señorita
      Trunchbull.  A  Matilda  y  Lavender,  que  estaban  en  una  esquina  del  patio  de
      recreo el tercer día, se les acercó una robusta chica de diez años, con un grano en
      la nariz, llamada Hortensia.
        —Basura  nueva,  supongo  —dijo  Hortensia,  mirándolas  despectivamente.
      Llevaba una bolsa gigante de patatas fritas, que comía a puñados—. Bienvenidas
      al correccional —añadió, escupiendo trozos de patatas por la boca como si fueran
      copos de nieve.
        Las  dos  pequeñas,  enfrentadas  a  aquella  gigante,  guardaron  un  expectante
      silencio.
        —¿Habéis conocido ya a la Trunchbull? —preguntó Hortensia.
        —La  hemos  visto  durante  los  rezos  —dijo  Lavender—,  pero  no  la
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