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Resulta curioso que en la segunda mitad del siglo XVI se hlcie-
                    ran dos ediciones del De revolutionibus, mientras que en el mismo
                    tiempo vieron la luz hasta 1 7 reimpresiones del Initia doctrinae
                    physicae (1549) de Melanchton, obra en la que se refutaban las teo-
                    rías copemicanas. Esto muestra una situación al menos peculiar.
                        La postura beligerantemente negativa de las Iglesias cristia-
                    nas ha tenido una enorme influencia en el desarrollo científico de
                    la cultura occidental.  Esta oposición hacia la autonomía de la
                    ciencia, en relación con la mal llamada esfera espiritual, se ha
                    traducido en una separación entre los hechos científicamente pro-
                    bados y las concepciones emanadas de la teología cristiana. Es
                    verdad que, lenta pero progresivamente, se han hecho esfuerzos
                    en las últimas décadas para acercar posturas; pero la realidad es
                    que el mundo de la ciencia ha aprendido a vivir sin necesitar la
                    aprobación de unas jerarquías eclesiásticas que no aceptan las
                    reglas del juego del conocimiento empírico. Peor aún, ciertos mo-
                    vimientos religiosos y sociales, como el creacionismo, mantienen
                    todavía hoy doctrinas abiertamente contrarias a lo que la ciencia
                    ha probado sobradamente.




                    SEGUIDORES Y  DETRACTORES


                    Acabamos de mencionar el dramatismo que se vivió en tomo a la
                    aceptación de las doctrinas de Copémico. Pese a las persecucio-
                    nes, el espíritu renacentista y el afán de conocimiento encontra-
                    ron acogida en hombres que no temían dichas persecuciones o
                    que acomodaron las doctrinas de Copémico en forma similar a
                    como se había hecho con el modelo de Ptolomeo.
                       Además de Rheticus, otros astrónomos de la escuela de Wit-
                    tenberg se hlcieron eco de las propuestas de Copémico. Aunque
                    allí se acogieron positivamente las nuevas ideas,  solo Rheticus
                   puede considerarse un seguidor fiel. En Wittenberg hubo más bien
                    una interpretación de la doct1ina copemicana por la que se acep-
                    taban sus modelos matemáticos pero se rechazaba su cosmología.
                    Entre quienes siguieron ese camino se cuenta Erasmus Reinhold,






        140         UN MODELO QUE PERDURA PESE  A  TODO
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