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entre ambas zonas, estaba formada por esa quinta esencia, pero
                     contaminada por su proximidad a nuestro planeta.
                         Desde una perspectiva ~árnica, el estado de reposo sería
                     connatural con la región sublunar, mientras que la región supralu-
                     nar debía estar en movimiento, siguiendo trayectorias perfectas,
                     esto es, circulares, dado que la circunferencia y la esfera son figu-
                     ras geométricas que encamaban la perfección para Aristóteles. El
                     Sol, la Luna, las «estrellas errantes» (los planetas) y las estrellas
                     fijas estarían encerrados en esferas de cristal, compuestas de éter,
                     sin separación entre ellas. En un orden que iba de la Luna a las
                     estrellas fijas, estas esferas irían incardinándose unas en otras de
                     manera homocéntrica ( o sea, con el mismo centro).
                         Aristóteles prestó atención a una cosmovisión que hoy parece
                     totalmente alejada de la ciencia. Pero cuando determinados astró-
                     nomos intentaron casarla con los datos experimentales obtenidos
                     a partir de sus observaciones de los astros, se hizo preciso com-
                     plicar cada vez más ese modelo. De esta manera se llegó al Alma-
                     gesto de Claudio Ptolomeo (100-170). En dicha obra, el astrónomo
                     alejandrino estableció su cosmovisión, en la que la Tierra, inmóvil,
                     ocupa el centro del universo. Aparte de sus indudables elementos
                     positivos, el modelo geocéntrico encontró un contexto sociopolí-
                     tico en el que recibió una acogida favorable. Su concordancia con
                     las elucubraciones aristotélicas, imperantes en la época, y los ar-
                     gumentos que aportaría ciento cincuenta años más tarde a la ideo-
                     logía de la Iglesia, reconocida como religión del Imperio, dieron a
                     este modelo una consistencia duradera. Trece siglos habrían de
                     transcurrir hasta que Copérnico demostrara que nuestro sistema
                     solar gira alrededor del Sol.
                         El modelo ptolemaico era considerado todavía en tiempos de
                     Copérnico como un artificio matemático que establecía un puente
                     entre la visión cosmológica que la filosofía y la religión apoyaban
                     y las medidas empíricas llevadas a cabo por los astrónomos. Este
                     dilema acompañará a Copérnico hasta el final de sus días. Tomar
                     la decisión de publicar un nuevo sistema y, sobre todo, el admitir
                     que no se trataba de un nuevo juego matemático sino de una rea-
                     lidad física constituyó con toda probabilidad la raíz de sus dudas
                     a lo largo de toda su vida.






          38         PRIMEROS AÑOS: LAS IDEAS CLÁSICAS
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