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PTOLOMEO, EL  BRILLANTE SISTEMATIZADOR

         Sin duda, la lectura a la que Copérnico prestaba más atención era
         al Almagesto, el gran tratado de Claudio Ptolomeo (100-170).  La
         importancia del libro (véase el recuadro de la página 75)  reside
         tanto en las teorías de su autor sobre el cosmos como en sus con-
         tenidos sobre la obra-perdida- de Hiparco, el gran matemático
         y astrónomo alejandrino.
             Claudio Ptolomeo, en el siglo n,  encontró una brillante solu-
         ción alternativa a la de Hiparco, que permitía explicar con mayor
         precisión los movimientos observados, incluyendo la retrograda-
         ción. Se basó en una idea que parece deberse a Apolonio de Pér-
         gan10  (ca.  260-ca.190 a.C.).  Este, famoso por sus estudios sobre
         secciones cónicas, propuso un sistema para describir movimien-
         tos circulares que, puesto en práctica, resultó crucial para repre-
         sentar el movimiento de los cuerpos celestes.
             La idea general hay que buscarla en el desarrollo de las curvas
         llamadas epitrocoides (véase el recuadro de la página 76). Se trata
         de curvas de revolución que permiten representar bucles de una
         forn1a relativamente simple; bucles como los que se apreciaban en
         las retrogradaciones de los diferentes planetas. Una manera ele-
         gante de trazar este tipo de curvas se basa en considerar dos cir-
         cunferencias (figura 3). Sobre una de ellas se desliza el centro de
         la otra, que, a su vez, gira en el mismo sentido o en sentido contra-
         rio de la primera al considerar la curva descrita por un punto cual-
         quiera del epiciclo. La curva de revolución que se obtiene resulta
         ser una epitrocoide.
             Siguiendo esa idea, Ptolomeo postuló su modelo del universo
         suponiendo que los planetas se movían alrededor de la Tierra ado-
         sados a esferas, a las que llamó epiciclos; y estas, a su vez, tenían
         su centro móvil sobre las esferas principales, a las que llamó def e-
         ren tes. De esta forma, adaptando el tamaño de los epiciclos con-
         siguió explicar con mayor precisión los movimientos planetarios.
         En algunos casos, debió añadir otras esferas más pequeñas, los
         epicicletos, que se movían sobre los epiciclos. Las razones entre
         los radios de deferente y epiciclo detern1inan la forma concreta de
         la trayectoria resultante.





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