Page 43 - Primer libro VIM
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ejemplo, suele contar que antes del accidente su vida iba en extremos muy fuertes; en muchos sentidos
no era un ciudadano bien visto. Con frecuencia canalizaba toda su energía, en situaciones no gratas, de
mucha violencia. Aburrido, se involucraba en riñas para golpear y que lo golpearan. De alguna manera era
un inadaptado (viviendo una discapacidad emocional, como puede apreciarse), que comenzaba a tener
inclinación hacia vicios que no le hacían nada bien.
El accidente lo dejó paralizado. Su actitud cambió radicalmente; físicamente no podía levantar un vaso de bebida ni
una sustancia que le hiciera daño. El accidente le traería una tranquilidad que jamás había experimentado. Perplejo,
compartió lo que sentía con un sacerdote que le hizo ver que se trataba de la presencia de Dios; pero Santiago no
podía entender la contradicción de estar en un cuerpo inmóvil y, al mismo tiempo, sentir tanta paz.
El segundo punto de fricción y, por supuesto, de transformación, fue su madre. En pocos minutos de
convivencia, Santiago y ella terminaban confrontados muy fuertemente, uno con el otro. Ella siempre hizo
hincapié, desde su criterio y su muy particular forma de entender la vida, en que Santiago debía luchar.
Un doctor la impulsaba a hacerlo. Lo hacía consciente de que él no volvería a caminar, pero era una forma
de incentivarla a ayudarlo; por lo que siempre buscó que sus piernas “despertaran”. Su frase cotidiana era
“saca tu fuerza… ¿dónde está?”; eso generaba en Santiago una gran impotencia al no poder ver lograda la
aspiración de su madre: al grado de llegar a sentir deseos de suicidarse o de lastimarse.
Santiago prefirió responder con calma: era como su oportunidad de “desquitarse” de esa presión
materna. Se daba el tiempo para reflexionar sobre sí mismo. Empezó a diseñar su propia forma de vida,
luchando y luchando, pero a su ritmo. A partir de la desinflamación de la médula, logró recuperar –aunque
mínimamente- cierto movimiento en su cuerpo. Un día pudo mover un dedo de la mano izquierda y
durante un tiempo se auto engañó, creyendo que era el punto de partida para mover el resto del cuerpo.
Sin embargo, ese pequeño logro lo motivó a buscar más y más logros de movilidad.
Santiago pudo darse cuenta de que luchando, podía ir consiguiendo todo, poco a poco. Sus amigos le tenían
lástima, pero al verlo reaccionar y escucharlo en sus conflictos y discusiones o jugando cartas; empezó
a ganar reconocimiento entre ellos. La gente se olvidaba de su discapacidad. Era como una especie de
psicología “invertida”: cada situación se convertía en un reto y lo animaba a seguir rehabilitándose.
Cada discapacidad, una oportunidad para humanizar la vida
Necesitamos aprender a recorrer el camino de nuestra propia discapacidad. Tratándose de una discapacidad
física, por ejemplo, este proceso se tiene que recorrer en primer lugar para poder hacer las cosas por uno
mismo. Se trata del aprendizaje de todo lo físico: pasar del auto a la silla, al baño o a la cama. Es comparable
al aprendizaje que tiene un niño cuando aprende a caminar, patear, patalear. Es un proceso que, por cierto,
no se termina de entender por los familiares o por la misma sociedad. Cuando la comunidad que rodea a
una persona con discapacidad motora, tiene sus propias discapacidades (emocionales, sobre todo) lo que
termina pasando es que tienden a sobreproteger a quien vive la discapacidad motora; porque de alguna
manera les hace sentir bien, hacerle todo “a su enfermito”. Más aún, cuando lo que les preocupa es el “qué
dirán”: a nadie le gusta ser señalado como un “insensible”. Todo esto es muy común: en realidad, la gente
está tratando de llenar su propia huella de abandono.
Un sinónimo de rehabilitación para VIM, ha sido lucha y aprendizaje. Afuera se confunde con lástima:
incluso, algunas personas con discapacidad, lo aprovechan para crearse una zona de confort. Esto puede
ocasionar que la persona con discapacidad paradójicamente se incapacite, convirtiéndose a sí misma en una
persona inútil. Este concepto no siempre se entiende en la práctica: permanece como un concepto teórico,
cuyos resultados dejan a las personas con discapacidad enganchándose a sí mismas, arrastrándose unas a
otras. Una no puede y la otra persona no la acompaña adecuadamente: la vida se vuelve un infierno.
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