Page 46 - Primer libro VIM
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Es común que oigamos por doquier frases como ésta: “soy humano, no soy perfecto”, “es de humanos
               equivocarse”, “soy humano, no soy dios” y otras por el estilo. Pero nuestro ego y la imagen devaluada
               que se ha creado en torno a la discapacidad, nos impiden afirmar ideas vinculadas con esta última: “soy
               humano, tengo mi discapacidad”; o tal vez, quien sí la reconoce no se atreve a decirlo, pues de inmediato
               podríamos revirar ¡qué bien que la aceptes y lo reconozcas; ahora hazte cargo de ella!


               Una humanidad que se sustenta en la discapacidad ¿tiene sentido?

               Absolutamente sí. Todo lo que somos puede estar encerrado ahí: en aquello que probablemente siempre
               hemos escondido o despreciado, en esa parte que nos avergüenza o nos impide lograr una integración
               social plena: al interior de nuestras familias, en nuestros lugares de trabajo o en nuestra comunidad; desde
               una vida genuinamente independiente y con un proyecto de vida realmente propio.

               El primer paso para acoger con amor y responder a nuestra propia discapacidad personal es reconocer
               que la tenemos, aceptarla no como una desgracia sino como algo que forma parte de nosotros mismos,
               de nuestra esencia; de nuestro modo de ser únicos e irrepetibles en el mundo. Y, una vez ahí, asumir el
               compromiso de hacernos responsables de ella –nuestra discapacidad- por el resto de nuestras vidas.

               Como ya lo hemos señalado, la discapacidad física, sensorial o motora, es relativamente fácil de detectar
               (aunque, con frecuencia, difícil de aceptar; tal vez, porque está a la vista de todos). Los tipos de discapacidad
               mental o sexual, tampoco son difíciles de identificar, pues incluso sus manifestaciones externas también son
               bastante visibles –sobre todo, en el caso de la primera-. La discapacidad orgánica, aunque por lo general
               no tiene muchas manifestaciones externas, comúnmente puede ser detectable por quien la vive; pues se
               presenta normalmente como una enfermedad. La discapacidad emocional, en cambio, es probable que sea la
               menos identificable de todas. Con frecuencia, no la pueden ver, ni quien la vive ni quien a su alrededor, sufre
               las consecuencias de la falta de atención y la ausencia de rehabilitación a que, por lo mismo, es sometida.


               Cada discapacidad, conlleva su propia situación de abandono: ahí donde somos más susceptibles, muy probablemente
               es  donde  vivimos  ese  abandono  con  más  intensidad  y  donde,  consecuentemente,  somos  más  vulnerables.  La
               discapacidad puede mostrarnos el lugar exacto donde la lesión que le dio origen, fue más profunda; es el único punto
               que no podemos evadir en un diagnóstico. Desde ahí debemos buscar la rehabilitación que necesitamos: nos llevará al
               tipo de amor que específicamente puede transformarnos en el milagro de la persona única e irrepetible que somos.

               En VIM, hemos encontrado que una forma de amar a nuestras hermanas –personas con discapacidad- es
               ir en busca de las más abandonadas; aquellas que están postradas en una cama esperando la muerte. Las
               animamos a levantarse para que por lo menos sepan que existe otra opción; pero el camino siempre es de
               ellas, nosotros jamás podremos recorrerlo por ellas.

               Cada persona requiere un amor diferente, a la medida de sus necesidades más profundas

               En VIM, a cada persona le hacemos saber que su vida vale mucho. Ellas pueden contemplar nuestra lesión,
               tocarla si es posible y ser testigos de que por más profunda que haya sido, no ha bastado para detenernos; todo
               lo contrario, al ver cómo nuestras vidas se han transformado desde una silla de ruedas, nos creen. Lo que en
               verdad sucede es que comienzan a creer en ellas mismas (principio universal de la correspondencia) -y eso es
               precisamente lo que en el movimiento esperamos-, pues a partir de esa constatación se animan a moverse .
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               18 Convención DPD: Artículo 19.- Derecho a vivir de forma independiente y a ser incluido en la comunidad. Los Estados Partes en la presente Convención
               reconocen el derecho en igualdad de condiciones de todas las personas con discapacidad a vivir en la comunidad, con opciones iguales a las de las demás, y
               adoptarán medidas efectivas y pertinentes...: a) Las personas con discapacidad tengan la oportunidad de elegir su lugar de residencia y dónde y con quién vivir, en
               igualdad de condiciones con las demás, y no se vean obligadas a vivir con arreglo a un sistema de vida específico; b) Las personas con discapacidad tengan acceso
               a una variedad de servicios de asistencia domiciliaria, residencial y otros servicios de apoyo de la comunidad, incluida la asistencia personal que sea necesaria
               para facilitar su existencia y su inclusión en la comunidad y para evitar su aislamiento o separación de ésta;  e) Las instalaciones y los servicios comunitarios para la
               población en general estén a disposición, en igualdad de condiciones, de las personas con discapacidad y tengan en cuenta sus necesidades. Modelo VIM: Nadie
               puede vivir su independencia “en cabeza ajena” ni ser incluido en comunidad, si no quiere. Las PCD debemos buscarlo, asumirlo, ejercerlo, vivirlo.
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