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Poco más de un año después, en abril de 1859, en las manos
                      de James cayó un artículo cuya lectura iba a dirigir sus pasos a
                      un campo que se encontraba en plena efervescencia y para el que
                      su trabajo sobre los anillos de Saturno le iba a venir como anillo
                      al dedo. Trataba sobre el fenómeno de la difusión de los gases, lo
                      que sucede cuando abrimos una botella de perfume y su aroma
                      se esparce por la habitación. El artículo en cuestión había sido
                      escrito por el físico alemán Rudolf Clausius Gottlieb (1822-1888),
                      un nombre que siempre estará asociado a la termodinámica, la
                      ciencia del calor.





                      UNA NUEVA CIENCIA

                      El siglo XIX fue el momento decisivo en el que se tendió un puente
                      entre la mecánica y el calor, y sirvió para establecer el predominio
                      de la concepción mecánica de la naturaleza. Tres hombres nacidos
                      entre 1818 y 1824, James Joule, William Thomson y Rudolf Clau-
                      sius, auparon el estudio del calor al rango de ciencia por derecho
                     propio:  la termodinámica, un término que en su origen designó
                      el puro estudio del calor y hoy se aplica a la ciencia de las trans-
                      formaciones de la energía en cualquiera de sus formas.  Joule y
                      Thomson, hombres piadosos, veían en la energía un regalo de Dios,
                     un divino obsequio que persistiría por siempre. En este cuadro las
                     fuerzas, bajadas de su pedestal, únicamente tejían los fenómenos
                      transitorios del mundo. La física estaba a punto de dejar de ser la
                      ciencia de las fuerzas para convertirse en la ciencia de la energía.
                         El primer momento clave en este cambio fue el mes de julio
                      de 1847, cuando el hijo de un rico cervecero de Manchester, James
                     Prescott Joule, presentó los resultados de sus investigaciones en
                     la reunión de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia
                     en Oxford. Llevaba haciéndolo desde 1845, pero nadie le hacía
                     caso. Había logrado estimar cuantitativamente el equivalente me-
                     cánico del calor, una relación numérica con la que demostraba
                     que dos conceptos que se pensaba que eran absolutamente dis-
                     pares, el calor y el movimiento, eran en realidad intercambiables.






          106        CALOR, ENERGÍA, ENTROPÍA Y ÁTOMOS
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