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LA PARADOJA DE LOS CEREBROS DE BOL TZMANN

                     El intento de Boltzmann, a pesar de ir en la buena dirección, re-
                     sultó un fracaso. La razón es que en este caso la teoría de la pro-
                     babilidad, que tantos éxitos le había proporcionado, se volvió en
                     su contra. En el escenario de Boltzmann se tenía un universo
                     en muerte térmica -es decir, a una temperatura homogénea que
                     no  cambiaba-, en el que  aparecían fluctuaciones  que  podían
                     identificarse con el universo observado. La probabilidad de que
                     se diesen estas era extremadamente baja, pero eso no era un pro-
                     blema ya que,  tarde o temprano,  tendrían que suceder.  Puesto
                     que los humanos solo podían existir en una de ellas, no era de
                     extrañar que la humanidad se encontrase en una región del uni-
                    verso cuya probabilidad era mucho menor que la del resto. Así
                    pues,  el cosmos podía verse como una gran extensión muerta
                     con pequeñas -en comparación- regiones en las que surgiría
                    un orden organizado.
                        El problema de ese planteamiento se hacía evidente cuando
                    empezaban a compararse probabilidades. Por ejemplo, uno podía
                    preguntarse cuál era la probabilidad de que, en lugar de un uni-
                    verso como el  observado,  surgiera solamente la Vía Láctea. A
                    pesar de ser muy baja, esta era órdenes de magnitud mayor que
                    la de un universo entero. Para ver por qué esto es así, bastará una
                    analogía con la escritura.
                        Imaginemos que se hace un experimento con monos, a los
                    que se sienta delante de una máquina de escribir. Estos se dedi-
                    carán a pulsar teclas de forma aleatoria, produciendo kilómetros
                    de cadenas irreconocibles de caracteres. Sin embargo, de cuando
                    en cuando surgirá alguna palabra reconocible. Si asumimos que
                    los monos presionan las teclas de forma totalmente aleatoria y
                    consideramos que hay 26 letras disponibles, podemos calcular la
                    probabilidad de que escriban una palabra determinada. Por ejem-
                    plo, para que surja «agua» se necesita que la primera letra sea «a»,
                    lo que tiene una posibilidad entre 26 de suceder; lo mismo se dará
                    para la siguiente letra, de forma que «ag» tendrá una posibilidad
                    entre 26 al cuadrado de darse. Cada nueva letra dividirá la proba-
                    bilidad de que se dé esa palabra en particular por 26.





         138        EL LEGADO DE BOL TZMANN
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