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EL INSTITUTO DE FÍSICA DE LA CALLE ERDBERG
En aquel entonces, la Universidad de Viena impartía la disciplina
que deseaba estudiar Boltzmann en el Instituto de Física, situado
en la calle Erdberg. Se trataba de un pequeño local de medios mo-
destos, por el que habían pasado gran parte de los grandes físicos
austríacos de la época. El centro había sido fundado en 1849 por
Christian Doppler (1803-1853), científico conocido por describir
el efecto que lleva su nombre, el cual es utilizado hoy en día para
averiguar la velocidad tanto de las galaxias lejanas como de los
coches en la autopista. Doppler ejerció de director hasta que fue
sustituido por Andreas von Ettingshausen (1796-1878), que unos
años más tarde dejó su plaza a un joven Josef Stefan (1835-1893),
futuro mentor de Boltzmann y una de sus grandes influencias.
El instituto de la calle Erdberg era un centro en plena ebulli-
ción. Los físicos que trabajaban en él suplían la falta de recursos
con grandes dosis de entusiasmo y creatividad, espoleados por
un deseo ardiente de entender el mundo. La pompa y el proto-
colo eran ignorados en favor del buen humor y el trato abierto;
la búsqueda del conocimiento se consideraba prioritaria, y todo
lo demás, irrelevante. Boltzmann se integró perfectamente en el
ambiente informal y dinámico del instituto, ayudado por un Ste-
fan que rápidamente reconoció el talento de su nuevo alumno
y lo apoyó para que lo desarrollase. La etapa en Erdberg quedó
grabada en la memoria de Boltzmann como una especie de edad
dorada respecto a la que compararía el resto de su vida. En su
elogio fúnebre a Stefan, se refirió al famoso centro de la siguiente
manera:
Así, el instituto alojado entonces en la calle Erdberg era una prueba
de que se pueden conseguir grandes logros en locales modestos; de
hecho, toda mi vida Erdberg ha sido para nú un símbolo de actividad
experimental seria e ingeniosa. Cuando conseguí infundir algo de
vida en el Instituto de Física de Graz, lo llamaba «pequeño Erdberg».
No especialmente pequeño, pues era el doble de grande que el de
Stefan, pero el espíritu de Erdberg no lo había conseguido implantar
todavía.
38 EL CALOR DE LOS ÁTOMOS