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frente a la teoría corpuscular hasta el advenimiento de la mecánica
                     cuántica. En 17 45 se publicó la traducción alemana de Euler del
                     libro inglés New Principles of Gunnery (Nuevos principios de
                     artillería), de Bertjamin Robins (1707-1751), con tal cantidad de
                     comentarios, correcciones y complementos que el libro es prácti-
                     camente nuevo.
                         En 1765, cuando Euler ya casi tenía un pie en Rusia, apareció
                     Theoria motus corporum solidorum seu rigidorum (Teoría del
                     movimiento de cuerpos sólidos y rígidos), su segundo tratado de
                     mecánica. Es una mejora lógica de su primer tratado -donde se
                     aplicaban por primera vez las técnicas del análisis matemático a la
                     mecánica- , pues contiene las posteriormente denominadas ecua-
                     ciones diferenciales de Euler del movimiento de un sólido rígido
                     sometido a fuerzas externas, y los ángulos de Euler, conectados
                     al uso de dos sistemas de coordenadas, uno fijo  y otro ligado al
                     cuerpo en movimiento, con lo que el movimiento se descompone
                     ya lógicamente en lineal y rotacional. Todos los expertos desta-
                     can la originalidad de algunas aportaciones, como el tratamiento
                     del eje de rotación de una simple peonza, que introduce de modo
                     natural la nutación y precesión de los equinoccios.
                         Ya se ha comentado que la cartografía fue otra de las pasiones
                     de Euler; tras años de colaboración en la Academia de San Pe-
                     tersburgo en la elaboración de un Atlas de Rusia, este finalmente
                     vio la luz en 17 45, con 20 mapas. Euler estaba muy orgulloso del
                     resultado y remarcaba que dicho atlas situaba la cartografía rusa
                     por delante de la alemana.
                     Sin embargo, a pesar de su extensa productividad, no hay que
                     caer en el error de pensar que todo lo que Euler escribió era
                     definitivo. Sus escritos padecen de un mal inevitable en su tiempo,
                     la falta de auténtico rigor en las operaciones y definiciones, lo
                     que, frecuentemente, da la impresión de que todo se sostiene
                     porque funciona,  no porque quede probado.  En realidad,  el
                     siglo XIX  dedicará muchas energías a fundamentar las atrevidas
                     intuiciones eulerianas dando lugar a conceptos que como el límite,
                     la convergencia o la continuidad vayan cubriendo los agujeros
                     argumentales de muchas proposiciones. Las matemáticas se harán
                     más aburridas, pero también más fiables.






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