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rador de partículas (véase el anexo B). Primero trabajaron junto
                    a Kapitsa para lograr acelerar electrones aplicando voltajes muy
                    intensos. En un principio, creyeron que era necesario aplicar mi-
                    llones de voltios para obtener los resultados deseados -tarea que
                    parecía fuera de su alcance- , pero Cockcroft leyó un trabajo del
                    físico y astrónomo ucraniano George Gamow (1904-1968)  en el
                    que se aseguraba que con voltajes bastante inferiores al millón de
                    voltios se podía conseguir el mismo objetivo. Gamow llegaba a la
                    conclusión de que si se tienen en cuenta fenómenos cuánticos,
                    partículas que a priori no disponen de la suficiente energía para
                    alcanzar el núcleo según las leyes de la física convencionales, en
                    realidad sí logran su objetivo gracias al llamado «efecto túnel». La
                    meta de alcanzar su propósito era viable.
                       Walton y Cockcroft se pusieron manos a la obra y las pri-
                   meras piezas de lo que sería el acelerador de partículas, que se
                    ensamblaban en los sótanos de Canvendish, empezaron a llegar
                    en 1928. Se inició en esos momentos una dura competencia entre
                   laboratorios de distintas partes del mundo.
                       A principios de 1930, había por lo menos cinco participantes
                   en esta sorprendente carrera que buscaba acelerar partículas con
                   la intención de interrogar el núcleo atómico. En Estados Unidos,
                   por ejemplo, había varios proyectos, como el dirigido por Ernest
                   Lawrence en la Universidad de California, donde se inició la cons-
                   trucción de un acelerador circular que posteriormente se deno-
                   minó ciclotrón. En Carnegie, Merle Tuve estaba construyendo un
                   acelerador tan grande que no cabía en ningún edificio, por lo que
                   se vio obligado a construirlo a la intemperie, con el problema aña-
                   dido de que los aparatos se estropeaban constantemente.
                       Con los grandes voltajes se pretendía crear intensos campos
                   electromagnéticos, que a su vez contribuirían a empujar las par-
                   tículas que entraran en su campo de acción. Estas partículas se
                   dirigirían hacia un blanco fijo,  como una fina lámina de metal.
                  . En el proyecto de Cockcroft y Walton -bajo la supervisión de
                   Rutherford- se buscaba la aceleración de protones para hacer-
                   los colisionar con láminas de litio  ( que es el más ligero de los
                   metales). Cuando la partícula acelerada golpeara contra los áto-
                   mos, su intensa velocidad permitiría suponer que algunos de sus






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