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núcleos recibiría su impacto. ¿Se lograría descomponer el núcleo,
                    tal como ya había observado Rutherford en 1917? En realidad,
                    nadie sabía las implicaciones si el experimento acababa por tener
                    éxito, aunque existía la convicción de que abriria las puertas a una
                    comprensión más profunda de la naturaleza.
                        En medio de esta carrera tan intensa y emocionante, Ruther-
                    ford sufrió uno de los golpes más impactantes de su vida. En 1930
                    falleció su hija Eileen, cuando estaba dando a luz a su cuarto hijo.
                    Ernest no pudo superar jamás ese dramático acontecimiento. En-
                    vejeció rápidamente, y se volcó en cuidar a sus nietos. Sus viajes
                    al extranjero se pospusieron o anularon. El laboratorio y su inten-
                    sidad intelectual siguieron atrayéndolo, pero en menor medida.
                    Pocas semanas después de la muerte de su hija,  fue nombrado
                    barón con el título de «lord Rutherford de Nelson». En su escudo
                    de armas escogió la figura de un guerrero maorí y de un ave, el
                    kiwi,  en reconocimiento a su lugar de origen.  Entre otras refe-
                    rencias,  escogió una imagen de Hermes Trismegisto, personaje
                    mítico griego considerado como el primer alquímico.  También
                    había un lema en latín:  «primordia quaerere rerum»,  es decir,
                    «investigar en el fundamento de las cosas».
                        Mientras tanto, Cockcroft y Walton pronto se dieron cuenta
                    de que necesitaban crear una diferencia de potencial mayor del
                    que habían calculado en un principio. Sus competidores lograban
                    crear voltajes de más de un millón de voltios, por lo que a todas
                    luces parecía que estaban en desventaja. Sin embargo, aún nadie
                    había logrado romper un núcleo atómico, así que seguían alber-
                    gando esperanzas. Rutherford, por su parte, continuaba exigiendo
                    resultados urgentemente, tal como había hecho siempre. Además,
                    sospechaba que sus alumnos estaban retrasando premeditada-
                    mente el inicio de las pruebas por cierto temor a fracasar.
                        En 1930, el ciclotrón estaba en funcionamiento con unos vol-
                    tajes de 1,2 millones de voltios. No obstante, no había conseguido
                    escindir ningún átomo. El aparato de Walton y Cockcroft, por su
                    parte, consistía en una torre de unos 4,5 m de alto y con un genera-
                    dor que a duras penas cabía en el sótano. En 1932 afirmaron haber
                    logrado unos voltajes de ochocientos mil voltios, que era la canti-
                    dad que habían calculado que se requería para romper el átomo.






        138         HACIA  LA ESCISIÓN DEL NÚCLEO
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