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Johannes Stark (187 4-1957) y Philipp Lenard (1862-194 7), animaron
        a destruir los libros de estos autores y a quemarlos en público.
            Rutherford se implicó personalmente en ayudar al colectivo
        - por ejemplo, hizo las gestiones necesarias para que Bom fuera
        acogido en la Universidad de Edimburgo- y también dirigió el
        Consejo  de Asistencia Académica,  un  organismo  que  actuaba
        como red asistencial y que aspiraba a ayudar a esos científicos a
        encontrar acogida en universidades del extranjero.
            En una época de fuerte crisis económica y en la que el anti-
        semitismo estaba muy extendido, Emest Rutherford se tuvo que
        enfrentar a numerosas dificultades y a la incomprensión de sus con-
        ciudadanos. El Consejo tuvo que atender 1300 peticiones de ayuda



        LA MUERTE DEL GENIO

        Rutherford no dejó en ningún momento de impartir conferencias
        y ocuparse de sus nietos.  La tensión en la que acostumbraba a
        mantener al grupo de estudiantes e investigadores del laborato-
        rio Cavendish -que tan buenos réditos había proporcionado en
        el pasado- fue disminuyendo, lo que tuvo una dolorosa contra-
        partida: sus colaboradores más próximos fueron alejándose de
        él.  Walton,  tras su inmenso éxito con el acelerador de partícu-
        las, acabó por aceptar una cátedra en el Trinity College. También
        Chadwick, que en 1935 recibiría el Nobel de Física, decidió partir
        hacia la Universidad de Liverpool, cansado de que Rutherford pu-
        siera dificultades para la construcción de un ciclotrón. Otro caso
        fue el del físico de origen australiano Mark Oliphant (1901-2000),
        que desde 1927 formaba parte del laboratorio y que había cola-
        borado en lograr la desintegración artificial del núcleo atómico.
        En 1937, a Oliphant le ofrecieron dirigir su propio laboratorio en
        Birmingham. Al conocer su marcha, Rutherford no pudo más que
        afirmar:  «Estoy rodeado de colegas desagradecidos». A pesar de
        la decepción que supusieron para él estos abandonos, en todo mo-
        mento Emest siguió apoyando a «sus muchachos» -tal como los
        llamaba-, los recomendó para conseguir sus puestos y se ofreció
        a ayudarlos siempre que fuera necesario.





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