Page 144 - 24 Rutherford
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En 1937,  Rutherford sufrió una caída mientras  estaba po-
                     dando un árbol de su jardín. Al dolor se le sumó un malestar que
                     le hacía vomitar constantemente. Se trataba de una hernia que
                     con la caída había empeorado. Su mujer recurrió primero a tra-
                     tamientos naturistas, pero al final optó por llamar a un cirujano,
                     que se vio obligado a realizar una operación trivial para la época.
                     Aunque la operación pareció ir bien, su estado decayó. La muerte
                     era inminente, por lo que con su esposa escribieron rápidamente
                     algunas cartas de despedida, una de ellas dirigida a Chadwick. El
                     19 de octubre de 1937, Ernest Rutherford falleció.
                         Uno de sus estudiantes se refirió una vez a Rutherford como
                     «una fuerza de la naturaleza». Así se mantuvo hasta poco antes
                     de morir. Su muerte causó una gran conmoción entre los colegas,
                     colaboradores y admiradores que había tenido a lo largo de su
                     vida. «El Profesor ha muerto»: la voz corrió por todas las institu-
                     ciones científicas del mundo, y nadie tenía dudas sobre a quién
                     se referían. Bohr, que estaba en un congreso científico cuando le
                     llegó un telegrama de la mujer de Rutherford, no pudo evitar llorar
                     cuando comunicó al resto de los asistentes y colegas este trágico
                     desenlace. Periódicos como el The New  York  Times, que habían
                     recogido buena parte de sus proezas y éxitos, también dejaron
                     constancia de su fallecimiento:

                         A muy pocos hombres se les ha otorgado el honor de alcanzar la
                         inmortalidad, y aún menos el de alcanzar el rango del Olimpo mien-
                         tras aún estaban con vida. Lord Rutherford consiguió ambas cosas.
                         En una generación que ha sido testigo de una de las revoluciones
                         más grandes en toda la historia de la ciencia, fue universalmente
                         reconocido como quien lideró la exploración del vasto e infinitamen-
                         te complejo universo que hay dentro del átomo.


                         Sus cenizas se enterraron en la abadía de W estminster, cerca
                     de la tumba de Newton. Años más tarde, como homenaje, el ru-
                     therfordio (Rf) pasó a ocupar el lugar 104 en la tabla periódica:
                     elemento sintético altamente radiactivo y generado por primera
                     vez en 1964, fue bautizado en su honor.







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