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CAVENDISH, EL  HOMBRE MÁS RICO DE INGLATERRA
              Henry  Cavendish (1731-1810)  compartió
              con  Lavoisier su  pasión por entender el
              mundo que le rodeaba. Pero en marcado
              contraste con el  investigador francés, al
              que todo le cautivaba e intentaba mejorar
              lo que estaba a su  alcance, a Cavendish
              solo  le  interesaban algunos  científicos
              de la Royal Society y la Royal lnstitution;
              a las  mujeres no podía ni  verlas, literal-
              mente. Aún estaba menos interesado en
              la  fama  o  en  pasar a  la  posteridad. En
              cambio, sí tenía interés en conocer cosas
              como la densidad de la Tierra y la del aire,
              las  fuerzas que hacían que se  atrajeran
             sustancias de cargas eléctricas opuestas,
             o  la  composición de la  atmósfera, de la
             que intuyó que estaba formada por va-
             rios «cuerpos elásticos». Para  obtener
             toda esa  información hizo infinitas mediciones que resultaron extraordina-
             riamente precisas con los aparatos que él  mismo diseñó. Como no tenía que
             ocuparse de ganarse la vida -era el hombre más rico de Inglaterra tras heredar
             una fortuna de más de un millón de libras, a pesar de lo cual tenía el aspecto
             de un mendigo-, pudo dedicar todo su  tiempo a la  ciencia. No tuvo ninguna
             prisa en publicar; de hecho, solo una pequeña parte de sus experimentos vieron
             la  luz mientras él  vivía. Otros resultados extraordinariamente relevantes en
             campos tan dispares como el magnetismo, la mecánica, la óptica o la química
             se encontraron mucho después, al examinar sus notas de laboratorio.

             Empezando por la química
             Los primeros trabajos que publicó fueron de química, en concreto, de lo que él
             llamó gases «factotius», es decir, los gases que podían ser liberados de cuer-
             pos sólidos. Uno de ellos lo obtuvo al  hacer actuar un ácido sobre un metal;
             lo llamó «aire inflamable» por motivos obvios y Lavoisier lo rebautizaría como
             «hidrógeno».  Se  interesó por uno de los «cuerpos» que también atrajeron la
             atención de Lavoisier: el  agua. Cavendish fue el  primero en descubrir que
             no era un cuerpo simple y  en identificar correctamente sus componentes,
             aunque los nombró de una forma extraña. Más adelante se dedicó a estudiar
             los procesos de transferencia de calor y enunció el principio de conservación
             del calor, que no se aleja mucho del que hoy llamamos de conservación de
             la  energía. Murió mucho después que Lavoisier, en 1810, y de una forma muy
             diferente: en su  propia cama y en la  soledad más absoluta.









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