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do hablarnos de elementos nos referimos a los principios de los cuer-
pos, al último punto alcanzado por el análisis, todas las sustancias
que no hemos sido capaces de descomponer por ningún medio son
elementos para nosotros. Ello no quiere decir que esos cuerpos que
consideramos «simples» no estén compuestos a su vez por dos o
incluso más principios, pero como esos principios no están separa-
dos, o más bien, como no tenemos forma de separarlos, para noso-
tros son sustancias simples, y no debemos suponer que son sustan-
cias compuestas hasta que el experimento y la observación nos
demuestren que lo son.
«Me impuse a mí mismo la obligación de no avanzar más que a
partir de lo conocido hacia lo desconocido, no extrayendo más
conclusiones que las que se deducían de los experimentos.»
- ANTOINE LAVOISIER, PREFACIO DEL TRATADO ELEMENTAL DE QUI.ti/CA,
Leyendo estas observaciones es difícil sustraerse a la tenta-
ción de dar un salto hacia delante en el tiempo y desplazarse al
París de finales del siglo XIX, cuando Marie Curie encontró las pri-
meras evidencias de que los «elementos» definidos por Lavoisier
estaban compuestos por varios principios, o al Mánchester de prin-
cipios del siglo xx, cuando Emest Rutherford descubrió el núcleo
atómico confumando la intuición de Lavoisier. Pero a finales del
siglo xvrr1, cuando nada permitía anticipar estos descubrinúentos
que revolucionarían la ciencia, Lavoisier se sometía a la disciplina
autoimpuesta de no extraer más conclusiones que las que se de-
ducían de los experimentos. No obstante, dejaba constancia de
que su mente no estaba cerrada a otras hipótesis más aventuradas.
Lavoisier había conocido de cerca las trampas de la elucubración
sin base de la alquimia como para volver a caer en ellas.
El Tratado constaba de tres partes. La primera estaba dedi-
cada a exponer el nuevo sistema de la química diseñado por Lavoi-
sier. El científico recogía sus teorías sobre el calor y la naturaleza
de los fluidos aeriformes, o fluidos elásticos, que Lavoisier deno-
minó como «gases», retomando el témúno que Van Helmont había
propuesto un siglo antes y Macquer había intentado reintroducir.
90 UNA CIENCIA NUEVA